Morir en España

Morir en España

En el periódico El Dominicano USA me entero de la muerte en Murcia, España, del Dr. César Romero Beltré. Lo había conocido y tratado algo, en mis días de la Biblioteca Nacional, a través de su cuñado el ilustre Don Luis Florén, director técnico de aquella institución, y de sus hijas las doctoras Florén Romero. Era entonces Don César gentil y atildado, como su homónimo de la pantalla grande de Hollywood.

Don César Romero tenía 102 años y ha muerto en España. Fue de la generación que pudo ver cantar, en los teatros, a Eduardo Brito, a Susano Polanco y a la alondra mocana Catalinita Jáquez. Y de seguro observó, en algún momento, encallado en las rocas del Malecón capitaleño, el acorazado Memphis, lanzado allí por la violencia de un ciclón (una violencia que el terco capitán de la nave, de tragos en tierra, no quiso esquivar a tiempo: “el Memphis puede desafiar al mundo”).

Yo no puedo asegurarlo, como podrían hacerlo  sociólogos y otros sabios que estudian estos detalles del devenir de los pueblos, pero casi estoy convencido de que esta generación a la que pertenecía Don César tenía en mayor estima su herencia española, que las generaciones que luego vinieron. Y no sólo la herencia en la sangre, como algún distraído podría creer que yo sugiero, si no la más importante herencia, la de la cultura (lengua, gestos, actitudes y cierta forma de ver a Dios y al prójimo). Esa herencia que, todavía, hace que alguno de nosotros, en ciertas ocasiones, medio en broma, medio en serio, suelte aquello del personaje de una famosa zarzuela, “yo soy un caballero español»”.

Fue esta la generación cuyo español estudió Pedro Henríquez Ureña y de cuya rancia hispanidad se ufanaba Flérida de Nolasco.

Don César Romero que fue un patriota y un valiente (se opuso a la tiranía de Trujillo) había expresado su deseo de ser enterrado en su país natal. Y yo pienso que quizás no sea demasiado aventurado también decir que quiso morir en España.

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