Mortalidad materna compleja

Mortalidad materna compleja

Es tanto lo que he andado y reflexionado alrededor de los restos de quienes ayer eran esperanzadas madres, quienes orgullosas y satisfechas de llevar a cabo su sagrada misión de reproducir y darle continuidad a la especie humana, nunca imaginaron que sacrificarían el don más preciado con que contaban, la vida. Un caso en particular me obligó a detenerme para analizar en detalle la fatídica cadena cuyos eslabones terminaron cerrando el collar existencial con apenas 25 abriles festejados.
Se trata de una joven madre soltera, estudiante universitaria de educación física con dos hijos productos de un parto natural y el otro alumbrado por cesárea. Arrastraba una historia de hipertensión gestacional y cuatro chequeos prenatales. En su último embarazo contaba con 29 semanas de gestación. Había regresado de la universidad en la tarde y en el excusado notó la expulsión de sangre coagulada en abundancia, siendo conducida por familiares a un hospital municipal de la provincia de San Cristóbal. Fue ingresada en dicho centro con el diagnóstico de “Desprendimiento prematuro de placenta”. Fue trasladada a sala de cirugía para realizarle una operación cesárea de emergencia. Se calculó en dos litros la cantidad de sangre perdida, logrando transfundirle un total de medio litro de sangre completa. La intervenida continuó sangrando luego de la extracción de una bebé prematura junto a su placenta; optaron por remover también el útero de modo parcial. A todo esto la madre no logró superar el estado de shock hemorrágico del que sucumbió.
La fallecida pasó a reforzar nuestros datos estadísticos acerca de la mortalidad materna en el país. Dicen las cifras que las hemorragias, las infecciones y la enfermedad hipertensiva del embarazo, también conocida como preeclampsia constituyen las razones principales responsables de los fallecimientos de las mujeres en edad reproductiva. Estas tres categorías son teóricamente prevenibles y tratables, si son atendidas tempranamente con medidas oportunas y efectivas. Si esta última aseveración es correcta la pregunta se cae de la mata: entonces, ¿Por qué se mueren?
Vamos a profundizar un poco en el análisis sanitario de este mal que venimos arrastrando por décadas desde el siglo pasado. ¿Qué características tienen las mujeres dominicanas que pierden la vida por eventos relacionados con el embarazo? ¿Acaso proceden de estratos sociales con altos ingresos financieros? ¿Se trata de exitosas profesionales que planifican su familia? ¿Son atendidas en centros de salud del sector público, o en centros privados de cuestionada calidad en las atenciones? ¿Aparecen entre las víctimas una proporción considerable de ciudadanas del vecino país de Haití?
La verdad monda y lironda es la siguiente: un número importante de las fenecidas son jóvenes adolescentes con poca escolaridad procedentes de los sectores humildes, los niveles de ingresos familiares son bajos, no se trata de embarazos planificados, tampoco las atenciones prenatales son las mejores.
En el caso relatado la embarazada había perdido por encima de dos litros de sangre total y solo pudo reponerse un 25 %. La falta o precariedad de la disponibilidad de sangre fresca en nuestros bancos de sangre y centros de salud es un mal crónico nacional. Reducción de la pobreza ancestral, educación sanitaria, nueva cultura, optimización en las atenciones, salud oportuna para todas con calidad, eficacia y eficiencia son parte de la deuda social en salud acumulada desde el pasado siglo XX.
Tarea compleja para un combate continuo y prolongado con altas y bajas.

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