Mortalidad y pobreza

Mortalidad y pobreza

Eso de que el don más preciado con que cuenta el ser humano es el de la vida constituye una verdad de Perogrullo. La lucha por vivir es un deber primario para las especies que habitan nuestro planeta.

A todos nos asiste el derecho a exigir un espacio y ambiente que permita desarrollarnos a plenitud con dignidad, decoro y libertad. Sin embargo, algo que luce tan elemental para quienes conviven en sociedad parece un sueño de quimera en los infortunados herederos de la pobreza.

Millones de personas en el mundo mueren a destiempo, en tanto que otros llevan una existencia cargada de amarguras, dolores y estrecheces, transformándoseles el paraíso terrenal en un verdadero infierno terrestre.

La estampida del hombre y la mujer del campo a la ciudad, huyéndole con sus hijos a la miseria que les arropa, es un fenómeno que bien merece un estudio sociológico profundo.

A veces, cual témpano de hielo que muestra solamente su punta en la superficie del helado mar, uno se entera de tragedias que conmueven la consciencia ciudadana.

Hay en la Capital dominicana una franja de pobres denominada La Puya de Arroyo Hondo. Allí, bajo condiciones de total hacinamiento vivía una familia haitiana cuando la mañana de un lluvioso y tormentoso sábado una niña y un niño, ambos hermanitos de 4 y 8 años respectivamente, fueron sorprendidos por la muerte. La madre sufrió mareos y el padre no resultó afectado por encontrarse fuera del hogar.

Alrededor de estas misteriosas muertes se tejió toda suerte de especulaciones que iban desde la supersticiosa idea de un mal que ciertos espíritus habían esparcido por el lugar, hasta acusar al padre de haber envenenado a sus vástagos por medio de un jugo.

La autopsia mostró con claridad que habían fallecido a consecuencia de una intoxicación con monóxido de carbono. Los tejidos y órganos de las víctimas tenían un color rojo cereza característico de este tipo de muerte.

Los estudios toxicológicos confirmaron lo que el color de la sangre evidenciaba. 

Una visita al lugar de la tragedia constató que la manguera de la estufa de gas ubicada dentro del apartamentito estaba desconectada del artefacto que la madre utilizaba para cocer las habichuelas que luego vendía para ayuda del sustento familiar.

Desgraciadamente la llave del tanque de gas se había quedado abierta y los ahora fallecidos habían respirado el incoloro e inodoro gas venenoso.

¿Cuánta gente residente en humildes hogares conoce del peligro que para la salud representa un escape de gas en la cocina? ¿Quienes se encargan de educar a la población acerca de estos riesgos verdaderos que amenazan con privar de la vida a niños, adultos y ancianos? Todos los atajos conducen al pobre al hoyo.

Y pensar en la millonada que nos gastamos en complacer los caprichos de unos cuantos que en el mundo no llegan ni al veinte por ciento, mientras que más del ochenta por ciento de la gente pulula en medio de la miseria, la ignorancia, la insalubridad y la muerte.

Educación, salud, pan, techo y trabajo es un derecho que se les niega a los hijos de machepa, algo que provoca risa entre los tutumpotes.

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