Moscú teme revuelta en centro de Asia

Moscú teme revuelta en centro de Asia

MOSCÚ (EFE).- La crisis en Kirguizistán, donde la revuelta popular ya abarca todo el sur del país, alarma a Rusia y a los países ex soviéticos de Asia Central, que temen la desestabilización de toda esa explosiva región.

   La oposición kirguís controla las regiones meridionales de Osh, segunda ciudad del país con 500.000 habitantes, y Jalal-abad, de mayoría uzbeka, y la noroccidental de Talás, donde ha formado Ejecutivos paralelos y nombrado a sus propios gobernadores.

   Pero la «revolución de terciopelo» que pretendía la oposición, unida por denuncias de «fraude» en las recientes parlamentarias y demandas de dimisión del presidente Askar Akáyev, ya se vio empañada por duros choques entre policía y manifestantes y por pogromos.

   El presidente, en el poder desde 1990, descartó hoy su dimisión y la revisión de los resultados electorales, al tiempo que abogó por una solución negociada y política de la crisis, sin el empleo de la fuerza y sin decretar el estado de excepción.

   Akáyev, único dirigente centroasiático sin bagaje comunista y que encabeza el régimen menos autoritario del área, ha advertido que una «revolución de terciopelo» en Kirguizistán entrañaría la amenaza de una «guerra civil».

   Su temor es que la apuesta de la oposición por apoderarse de las regiones meridionales -donde amenazan con proclamar una «autonomía»- divida ese país, con poco más de 5 millones de habitantes.

   El sur es la zona más pobre de ese país y más de la mitad de la población es uzbeka, lo que hace temer el estallido de un conflicto étnico como en Osh a principios de los 90, cuando enfrentamientos entre la comunidad kirguís y uzbeka dejaron centenares de muertos.

   Además, Bishkek, sus vecinos y Moscú temen que la oposición kirguís ya no controle la rebelión y que ésta sea aprovechada por los grupos integristas del valle de Ferganá, que engloba territorio de Kirguizistán, Uzbekistán y Tayikistán.

   Este amplio valle es un hervidero de clanes dedicados al contrabando de droga y armas y de grupos radicales islámicos, que pretenden crear un califato musulmán en la región y acabar con los regímenes actuales.

   Grupos integristas como Hizb-ut-Tahrir y el Movimiento Islámico de Uzbekistán, que fue aliado del régimen talibán afgano, no tienen mucha influencia entre los kirguises, pero sí entre los uzbekos, y en 1999 y 2000 protagonizaron incursiones armadas en Kirguizistán, que fueron neutralizadas por tropas kirguises, uzbekas y rusas.

   El portavoz de Akáyev, Abdil Seguizbáyev, afirmó que detrás de la crisis están «elementos criminales relacionados con el narcotráfico» y que estos desordenes masivos los pueden aprovechar «organizaciones terroristas y extremistas interesadas en desestabilizar el país».

   Uzbekistán ya selló a cal y canto la frontera común y pidió a Bishkek «actuar con resolución» para «impedir que Kirguizistán, llamado por políticos occidentales como un ejemplo de la democracia en la región, acabe en la vorágine del caos y la anarquía».

   Tayikistán -donde el Ejército ruso mantiene una base militar y vigila la frontera afgana- y Kazajistán expresaron su «preocupación» por la crisis kirguís, y el líder kazajo, Nursultán Nazarbáyev, sostuvo hoy consultas con su colega ruso, Vladímir Putin.

   La ONU, la Unión Europea, la OSCE y EEUU (que en Kirguizistán tiene una base aérea para la campaña afgana) instaron a Akáyev y a la oposición kirguís a renunciar a la fuerza, evitar una escalada de la violencia y entablar negociaciones para superar la crisis.

   Moscú, muy celosa de las «revoluciones de terciopelo» en el espacio postsoviético y de la presencia de EEUU en Centroasia, condenó las revueltas populares contra Akáyev, quien según fuentes del Kremlin habría visitado Moscú en secreto el sábado pasado.

   Diputados rusos vincularon la crisis en Kirguizistán con los últimos cambios políticos en Georgia, Ucrania y Moldavia, según ellos animados por Occidente, y algunos la atribuyeron a «un choque de intereses geopolíticos entre Rusia y EEUU» en Asia Central.

   Rusia, que también tiene una base militar en territorio kirguís, y China, país vecino con importantes intereses económicos en la zona, apoyan la estabilidad de Kirguizistán.

   Aunque China aún guarda silencio sobre esa crisis, algunas voces en Moscú ya le pusieron el dedo en la llaga al recordar que entre los que habitan el sur kirguís hay musulmanes uygures, etnia a la que pertenecen los separatistas de la provincia china de Xinjiang y a los que Pekín vincula con grupos terroristas como Al Qaeda.

   De llegar el caso, los mecanismos para una intervención colectiva armada ya están servidos.

   Son el Tratado de Seguridad Colectiva de la CEI, del que forman parte Rusia y sus aliados asiáticos, y la Organización de Seguridad de Shangay, en la que también participa China y cuyo objetivo es, precisamente, «combatir el terrorismo, extremismo y separatismo».

Publicaciones Relacionadas

Más leídas