Si pensamos en alguien que a partir de los inicios del siglo XX consumiera sus energías intelectuales a reflexionar científicamente desde los ámbitos de la física y las matemáticas acerca del tema del tiempo y espacio, esa persona responde a un nombre: Albert Einstein. Este genio judío alemán observó el movimiento del tren y propuso que la determinación del instante de salida dependía del sitio en que se encontrara la persona que medía el despegue auxiliado con un reloj.
Haber contado con la inmensa dicha de ser testigo de tres generaciones en un mismo territorio nos permite comparar los sistemas de transportes utilizados dentro de la República Dominicana desde el 1950 al 2023. Me he de referir específicamente al transporte urbano. Siempre me emocionó la circulación de los coches en Santiago, la ciudad de los treinta caballeros. Cuarenta años más tarde revivía la misma experiencia, pero esta vez en Viena, capital de Austria, cuna de Amadeo Mozart y de Richard Strauss, dos de los grandes músicos universales.
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Vuelvo al país y me ubico en 1962, Juan Bosch hablándole a su pueblo humilde acerca de los dueños de los carros pescuezo largo. Poco tiempo después la Radio nos tumbaba los oídos con los comerciales del triunviro: ¡Cuente los Austin! Habían derrocado el primer Gobierno democrático surgido de las urnas luego del ajusticiamiento del tirano Rafael Leónidas Trujillo.
El transporte público era fundamentalmente el sistema de autobuses o guaguas y los carros del concho.
En 1996 arranca el gobierno del Partido de la Liberación Dominicana encabezado por el presidente doctor Leonel Fernández Reyna y aparecen los microbuses bautizados como “Los pollitos”.
A ello le seguiría el Metro de Santo Domingo y el reforzamiento de la OMSA. De modo sigiloso y progresivo fue surgiendo una nueva modalidad de la gente pobre moverse en los sectores humildes de las ciudades y de campos a los pueblos, me refiero a las motocicletas.
En lo que canta un gallo el país se llenó de motores y hoy día podemos decir sin temor a equivocarnos que llevamos décadas en un peligroso auge nacional del tránsito descontrolado de este tipo de vehículo.
Los centros traumatológicos del país y las emergencias de los hospitales son testigos dolorosos de la tragedia epidemiológica que vivimos.
Muchos adolescentes y jóvenes están sufriendo traumas graves múltiples, otros con menos suerte encuentran la muerte en dichas colisiones.
Calles, avenidas, carreteras, callejones y caminos vecinales no escapan a la presencia de estos vehículos hoy convertidos en los medios preferidos para llevar mercadería, encargos, medicinas, comidas rápidas y bebidas a domicilio.
No sería exagerado decir que el asunto hace tiempo que escapó de las manos de las autoridades de turno del transporte. Existen asociaciones y paradas de motoconchistas.
Hoy en día son un mal necesario como alternativa al ineficiente y caótico sistema nacional para el movimiento de la gente a nivel general.
No parece que tengamos solución a corto plazo. En un período electoral pretender traer orden y entrar en cintura a choferes, transportistas y motoconchistas es una acción imprudente y suicida si se piensa en incrementar en lo inmediato el caudal de votos en las urnas. Sin embargo, más temprano que tarde se hará impostergable buscarle solución a mediano y largo plazo al grave problema del transporte dominicano.
Lo contrario sería “Seguir contando los muertos y los inválidos del transporte”.