La prensa en general refleja en estos días la notable preocupación de ciudadanos de diversas clases sociales y de organizaciones cívicas, incluyendo empresariales y las religiosas de mayor peso, que reaccionan a la violencia sin control que aqueja a la sociedad. Otras expresiones de la comunidad son de alarma porque áreas del Estado aparecen como administradas sin racionalidad, prodigando sueldos y empleos sin verdaderos fines de servicio a la nación. Otras inquietudes se derivan de palpables desequilibrios en la orientación del gasto que colocan a sectores de la administración pública a flotar en abundancia de recursos mientras en otras las necesidades son notables, y hasta originan crisis, mientras el sector público se endeuda considerablemente para corto plazo en un mercado financiero de tasas elevadas. De nada sirve oponerse a ello.
A estas insatisfacciones se suma la impresión de que la función crítica de ciudadanos surte poco efecto. Que hay derecho a hablar pero no a ser tomado en cuenta. De que no existe una interacción entre gobernantes y gobernados con fuerza suficiente para motivar cambios. Solo uno que otro ejercicio teórico, conceptual, que como golondrinas emergen desde el entorno de la cúspide gubernamental. Los reclamos de medidas sustanciales e inequívocas contra los problemas que agobian a la sociedad son brisas que no tumban cocos.
Un ejemplo del Acrópolis
Transeúntes y automovilistas fueron impresionados por un hecho inusitado. Cientos de personas salían apresuradas de uno de los rascacielos capitaleños, concurrido centro comercial de la avenida Winston Churchill. En el entorno, ocurría además un despliegue de vehículos para situaciones de emergencia. Era que en el edificio Acrópolis simulaban una evacuación practicando para si después toca de verdad salir huyendo para salvar la vida.
Más impresionante que esa forma de prepararse para eventualidades viene a ser la comprobación de que lo ocurrido el viernes en el céntrico espacio urbano fue un hecho aislado. Que el recurso de poner a prueba la capacidad de desalojar con rapidez a los edificios grandes y más concurridos de Santo Domingo no es de uso generalizado. Que aquí se producen grandes concentraciones de personas bajo riesgo de una falta de preparación y de vías de escape bien previstas para salvarse del desastre.