Muchas semanas es una semana

Muchas semanas es una semana

Para muchos, una semana para divertirse en grande, con bebidas y comidas todas, música extravagante y estruendosa, juegos y exhibiciones sensuales y provocativos, consumo ostentoso, relajamiento de costumbres, contaminación ambiental, violencia verbal y física, manejo temerario y todo lo demás.

Suele ser la más laboriosa de todo el año para bartenders, combos, entertainers, hanky-pankies, burdeles y discotheques. Igualmente para tour-operadores, hoteleros y restauradores, y la mucha gente humilde que sirven en limpieza,  mantenimiento, como suplidores, chimichurreros, kioskeros y fritangueros. Existe la semana santa de los pobres, que visitan a familiares y vecinos, para compartir frijoles con dulce y arencadas con yuca y batata. En sitio aparte, hay personas extraordinarias dedicadas a trabajos voluntarios en el COE, la Cruz Roja, clubes y otras entidades de servicio social. Jóvenes que donan su asueto con desprendimiento, mientras en esos mismos lugares, sus amiguitos y familiares despreocupadamente se divierten.

Hay también la semana de los religiosos: de rituales que a menudo sólo reafirman tradiciones y rutinas culturales cuyos objetivos desaparecieron en  los siglos, o que más propiamente “sirven al misterio”, como dice un especialista en estos temas  que, aseguran, también ejerce, él mismo, el ocultismo.

Está, desde luego, la semana de pseudo tregua de los políticos más “fiebrudos”.

Que, como supuestamente no deben hacer fanfarrias, llenan los trayectos y las áreas de recreo, con panfletos “salvíficos” de parte del candidato. Hay la semana santa para personas que todo se lo merecen; de sus padres, sus cónyuges, la sociedad y, sobre todo, de Dios. Algunas hay, tal vez no pocas, para quienes el sacrificio de Cristo (el  mismísimo al que supuestamente  se le dedica la famosa semana) ofreciendo su vida por ellas, se quedó corto.

Bastante aparte, está la semana de los cristianos-no-católicos que, para reafirmar su oposición a los  ritos religiosos y folklóricos  de la crucifixión de Cristo, dejan pasar las procesiones, las quemas de Judas y los “gagaces”, sin el menor comentario, pensando, tal vez, que a Cristo es mejor celebrarlo como él está ahora: ¡vivo! Nada más cierto y justo. Pero asimismo están  los que, en la paz de sus hogares hacen pormenorizada recordación de lo que realmente ocurrió el viernes santo del año 0033. Viendo una película o leyendo un libro, y meditando  sobre lo que física, espiritual e históricamente ocurrió con Jesucristo: ¡Lo más importante y hermoso que ha ocurrido en la historia de la humanidad! Aun los que no creen en su divinidad, o que todo es farsa y mito: preguntarse qué hubiera sido del mundo; sin este hombre y mártir; o de este Dios que se humilla y se dona al hombre; o aún, sin esta historia o fábula: “la más bella jamás contada”.

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