BAGDAD, Irak.- Para cualquier occidental que conociera Irak bajo el régimen de Saddam Hussein, el aspecto más intrigante en el año transcurrido desde que el dictador fue derrocado ha sido comprender cómo tantos en esta nación de 25 millones de habitantes pasaron del apasionado momento de su liberación a un rápido y amargo desprecio por el papel de Estados Unidos en librarlos del odiado tirano.
Casi 12 meses después del día en que los iraquíes lanzaron flores a los tripulantes de los tanques estadounidenses que entraron en Bagdad, mucho ha cambiado. Lo que el saqueo destruyó, el dinero estadounidense lo ha restaurado en gran medida, y están empezando mucho mayores flujos de ayuda para la reconstrucción.
La electricidad está fluyendo de nuevo; la producción petrolera se ha reanudado; las escuelas, los hospitales, las patrullas policiales, el servicio telefónico, todo está funcionando de nuevo más o menos como antes, y en algunos casos mejor. El desempleo ha bajado, las fosas comunes están siendo exhumadas y los tribunales iraquíes se están preparando para enjuiciar a los responsables de crímenes terribles, incluido Saddam. Cuando termine junio, Irak será un estado soberano de nuevo.
Y ahora, en Fallujah, el aniversario ha sido conmemorado con una emboscada seguida por la mutilación de los muertos; actos de tal horror, dirigidos contra estadounidenses, que la mente lucha para hacer frente a la consternación. Los tribunos de Estados Unidos en Irak, L. Paul Bremer y los máximos generales, reaccionaron con indignación, hablando de barbarie y una violación de las reglas básicas de la civilización, y prometieron represalias.
La explicación más rápida, menos perturbadora para las esperanzas de los estadounidenses aquí, es restar importancia al asesinato de los cuatro estadounidense y la quema, mutilación y colgamiento de los cuerpos como una erupción de la maldad, más allá de toda lógica. Para Bremer, las multitudes frenéticas fueron «cobardes y profanadores». Para los generales estadounidenses, fueron «personas que querían hacer retroceder a Irak, a una era de fosas comunes, de salas de violaciones y cámaras de torturas y ataques químicos», como dijo el portavoz en jefe del comando estadounidense, general de brigada Mark Kimmitt.
Pero aun cuando todo esto sea cierto, la sensación que perdura es que Fallujah marcó un parteaguas en el esfuerzo por transplantar al mundo árabe un facsímil de la sociedad estadounidense, con normas democráticas y tolerancia institucionalizada. Después de Fallujah, menos occidentales que antes aquí, fuera del círculo militar y civil estadounidense, pudieran creer aún que es probable que triunfe la visión estadounidense sobre una insurgencia que ha perpetrado recurrentes actos de inhumanidad, incluidos atentados suicidas que han matado a más de mil iraquíes.
Restar importancia a Fallujah como una aberración trágica, es necesario primero para colocar a la ciudad en una clase separada, como hizo Kimmitt cuando dijo: «Fallujah sigue siendo una de esas ciudades en Irak que simplemente no comprendemos», como si la mayoría de las demás sí. Ha sido, por supuesto, un bastión del apoyo del Triángulo Sunita a Saddam, con miles de familias beneficiarias, con empleos y viviendas y otros privilegios, del derrocado gobierno. Sin el dictador, Fallujah, como la ciudad natal de Saddam, Tikrit. Ha sido un ciudad privada, que lamenta su pasado perdido.
Pero Fallujah no es el único lugar donde la violencia multitudinaria ha estallado una vez que los insurgentes han matado a soldados o civiles extranjeros. En la mayor parte de las regiones del país, los cuerpos de los extranjeros asociados con la ocupación han sido quemados, golpeados y pisoteados, y mutilados. Incluso el colgamiento de los cuerpos de dos de los estadounidenses asesinados en Fallujah de un puente que cruza el Eufrates no fue, en cierto sentido, una aberración. A principios de los años 60, muchedumbres en Bagdad colgaban los cuerpos de los comunistas de los puentes bajo la dictadura de un general del ejército, Abdul Karim Kassem. En 1958, después de que las fuerzas armadas derrocaron al rey Faisal II, el cuerpo del monarca y los de otros en su gobierno fueron arrastrados por las calles de la capital por tanques y carromatos tirados por burros.
Junto con la sensación de desposeimiento que acompañó al fin de los favores de Saddam, una explicación del paroxismo en Fallujah tiene que ver con las acciones militares estadounidenses, empezando con un tiroteo después de la captura de Bagdad en la cual murieron 17 civiles iraquíes. A principios de este año, comandantes estadounidenses estaban tratando a Fallujah como un área a donde no acudir, cediendo ante líderes iraquíes locales que dijeron que ellos, con la nueva fuerza policial y las unidades de defensa civil iraquíes entrenadas por Estados Unidos, podían mantener el orden.
Cuando la Primera Fuerza del Cuerpo de Infantería de Marina tomó el control del área hace dos semanas, prometieron regresar la ciudad, pero sus patrullas provocaron batallas en las cuales las víctimas civiles iraquíes superaron en número a los muertos y heridos insurgentes. Reporteros que visitaron el hospital de la ciudad fueron amenazados con pistolas y les dijeron que ningún extranjero debía poner los pies en Fallujah y esperar vivir. Esto preparó el escenario para los cuatro estadounidenses, que viajaban en un vehículo sin blindaje. Testigos dijeron que insurgentes tendieron una emboscada, alejaron el tráfico iraquí, luego dispararon contra los estadounidenses. Posteriormente, muchos residentes aplaudieron el ataque, llamándolo un golpe legítimo contra los ocupantes extranjeros.
Pero ¿qué hay de las mutilaciones? Imanes locales las condenaron como no islámicas, aunque aprobaron la emboscada misma. En otras partes de Irak, la reacción común fue similar. Un reportero que acompañó a Bremer el jueves a la ciudad norteña de Mosul, a donde el jefe de la ocupación viajó para discutir el cronograma estadounidense para la democracia, fue atraido por un ex general en el ejército de Saddam. «La gente que hizo eso fueron asesinos, fueron matones, no hay religión en ninguna parte que apoye eso», dijo Walid Kashmoola.
En cuanto a lo que avivó la ira de la muchedumbre de Fallujah, sus gritos contaron la historia. «íMuerte a Estados Unidos! íMuerte a la ocupación!», gritaban. En variaciones, es un refrán escuchado diariamente entre manifestantes que marchan por las calles del país. A menudo, los temas son estrechos, pero el tema latente es el mismo. Incluso Bremer lo reconoce. «Lo único peor que ser ocupado es ser el ocupante», ha dicho.
Al final, eso es lo más cerca que cualquiera probablemente llegue al definir lo que provocó la ira satánica contra los estadounidenses en Fallujah. Siempre que un occidental viaja por el mundo árabe, hay una penetrante sensación de orgullo herido, de gente humillada por siglos de impotencia y pobreza en relación con Occidente. Impregnados de la historia de los primeros califas, los iraquíes saben que Bagdad hace mil años era un centro de aprendizaje y poderío militar. Desde la fundación del estado moderno en 1921, han estado bajo la bota de gobernantes coloniales, reyes impuestos o dictadores brutales. Ahora son las botas de Estados Unidos las que sienten sobre su cuello.
De nuevo, es Bremer quien ofrece una perspectiva. «No soy siquiatra, pero pienso que sienten algo de culpa de no haberse podido liberar ellos mismos», dijo recientemente. «Por ello hay mucho resentimiento perverso». Pese a eso, los estadounidenses que encabezan el esfuerzo aquí dicen que creen que la razón, no la pasión de las calles, prevalecerá al final. Después de Fallujah, Estados Unidos sólo puede esperar tener razón, o prepararse para la sombría posibilidad de que la furia popular pudiera avivar el resentimiento convirtiéndolo en una guerra más amplia.