Mucho que aprender

Mucho que aprender

ÁNGELA PEÑA
Yo, que creí saber tanto respecto a relaciones amorosas, últimamente, sin querer y sin darme cuenta, en medio de un amor y otro, observando mis experiencias, aciertos y errores, he visto que en materia de amor aún me falta mucho por aprender, entender, cambiar, corregir, aceptar, mejorar… Debo aprender que enamorarme no es obsesionarme ni irme a los extremos, que no debo poner toda la motivación de mi vida en una persona, que no se debe rogar amor y que una relación de pareja no es para vivir angustiado.

Que si pretendo tener una relación de adulto, debo comportarme como tal. Aceptar que en el amor, como en cualquier otra cosa, existen los tropiezos, caídas y dolores. Aprender que no es bueno sobrevalorar, endiosar ni idealizar a nadie.

Porque todos somos humanos, no debo esperar de mi pareja más de lo que puedo esperar de un ser humano. Debo aprender que es bueno ser como soy siempre que eso no implique irrespetar a quien esté conmigo. Que en algunas ocasiones es necesario pasar por un gran dolor para conocer una gran felicidad. Debo tener presente que el sentir algo hoy no implica que lo sienta mañana. Y así como me permito disfrutar, también debo permitirme llorar, ya que el dolor, al igual que el placer, es parte de la vida. Debo entender que la comodidad que me brinda la rutina es falsa, porque la vida está en constante cambio.

Debo aceptar que los planes pueden desaparecer en un instante, porque el futuro se mueve como él desee y no como a mí me dé la gana. Si éste me permite hacer algunas cosas sobre él, debo estar agradecido. Debo aceptar que alrededor del amor se han creado cosas que son un fraude. Si la vida me demuestra que aquello en lo que puse mi corazón es una mentira, debo aceptarlo llorando, desahogándome y renaciendo como la nueva persona que seré. Debo mejorar mi autoestima para que la partida de quien quiero no me haga sentir despreciado, humillado o rechazado, para no ser tan sensible al abandono. Para que no hiera mi ego. Para no terminar creyendo que me dejaron por feo o por tonto. Para poder aceptar que simplemente funcionó el tiempo que tuvo que funcionar. Para no arrastrarme poniéndome de alfombra a los pies de nadie. Debo aceptar que a quien le agrado hoy, no es seguro que le agrade mañana, que quien está conmigo hoy tiene derecho a no estarlo y a que yo ya no le guste, que quien amo, tiene derecho a tomar sus propias decisiones, aunque no me satisfagan.

Debo recordar que a veces lo bueno se obtiene esperando y se arruina presionando. Por eso es necesario tener paciencia y recordar que la impaciencia es producto de un impulso emocional que pronto pasará, que la impaciencia asfixia a quien está conmigo, que tomar una decisión mientras estoy impaciente es peligroso y pierdo toda objetividad. Ahí no va mi verdad, va mi impulso, mi compulsión, y podría hacer algo de  lo que me arrepienta. Además, si soy paciente no veré como sufrimiento el tiempo que estoy en espera. Debo aprender a no ser posesivo. El que alguien se vaya no es perder una pertenencia. Mi pareja no es mía, es prestada y aunque ser dueño de alguien brinde más seguridad que tenerlo prestado, debo entender que eso es una ilusión. No puedo decidir sobre la vida de quien está conmigo ni esperar que haga sólo lo que yo desee ni controlarlo, manipularlo, adueñarme de ella ni controlar su destino. No debo reclamarle a la vida porque me quitó lo que me prestó, pero, sobre todo, debo aprender que nunca dejaré de aprender y que mientras continúo aprendiendo debo permitirme vivir y sentir.

Y ahora que empiezo a recuperarme de los dolores que sufrí gracias a que ni siquiera había aprendido que había mucho que aprender, lo único que me queda es tomar un gran suspiro y decirme a mí mismo: ¡Bueno amigo, volvamos a empezar!

(Resumido de un texto de Mario Alonso Madrigal. Enviado por Ernesto Lozano Peña)

Publicaciones Relacionadas

Más leídas