Muchos no pudieron comprar combustibles

Muchos no pudieron comprar combustibles

POR MARIEN A. CAPITAN
«Nos quedamos a pie», se oyó decir a una señora a las 12:00 del mediodía del ayer, cuando la estación en la que estaba apagó las máquinas y dejó de vender gasolina. Como ella, muchos ciudadanos se quedaron con los tanques de sus vehículos vacíos. La mayoría de las estaciones de expendio de combustibles cumplió ayer la disposición que tomó el gobierno como parte del plan de ahorro de combustibles.

Esa disposición ordena cerrar las estaciones a las doce en punto y no volverlas a abrir hasta la seis de la mañana del lunes.

Esto provocó indignación y enojo de gente que no pudo más que quejarse y maldecir al gobierno, pues después de haber hecho fila durante una hora, llegada la hora de cierre tenían que quedarse sin combustible. ¿Qué hacer cuando usted va a viajar interior y le dicen que no puede echar gasolina?

Ni los lamentos ni las maldiciones ni las amenazas surtieron efecto en ninguna estación: los «bomberos», agitados ante el gran cúmulo de personas que acudieron masivamente a comprar combustible después de las diez de la mañana, ni se inmutaron ni violaron las reglas.

Un ejemplo de ello fueron las estaciones Shell de la John F. Kennedy y la Esso de la Winston Churchill, donde tomaron la previsión de que antes de las doce no hubiera ningún vehículo con la manguera dentro. Esto, que se tradujo en un cierre anticipado de unos cinco minutos, provocó ira de todos los que estaban allí y habían hecho largas colas para abastecerse. En la Shell de la Winston Churchil y la Esso de la Roberto Pastoriza fueron un poco menos rígidos: a las doce terminaron de echarle a los que tenían la manguera dentro y luego apagaron las máquinas.

En otras estaciones, como la Texaco de la John F. Kennedy, se cerraron las máquinas a las doce pero luego se le dio un chance a los vehículos que ya estaban dentro. Esto significó una gracia de cerca de diez minutos.

UN TRANSITO CONGESTIONADO

A partir de las diez de la mañana de ayer el tránsito se volvió un caos en todas las calles aledañas a las estaciones de combustibles. Transitar por las avenidas 27 de febrero, Independencia, San Martín, Winston Churchill, Abraham Lincoln, Gustavo Mejía Ricart, Tiradentes, Lope de Vega y John F. Kennedy, entre otras.

Las filas fueron tan extensas que podían cubrir hasta dos y tres cuadras. ¿El tiempo promedio en poder echar gasolina? Unos cuarenta minutos. Eso, por supuesto, no significa que no hubiera gente que durara hasta más de una hora en poder repostar.

Esto, unido al impresionante calor, resultó ser una pesadilla para más de uno. Es el caso, por ejemplo, de José Manuel Melo, a quien se le quedó el carro en la propia estación. «Tengo una hora esperando y la luz se me prendió aquí, en la fila. Ya ni siquiera camina. Esto es una cosa terrible porque lo que voy a echar es para ir a trabajar. Mañana tendré que quedarme a pie», dijo empujando su carro para poder echarle.

A mucha gente le sucedió esto: las filas eran tan largas que se quedaron sin gasolina en ellas. Algunos pudieron echar y resolver el problema. Otros, sin embargo, tuvieron que dejar sus vehículos ahí mismo.

Con mejor suerte, Ernesto Contreras, Rafael Vásquez, Máximo de la Cruz, Arturo Núñez duraron 30 minutos haciendo turno. Todos se quejaron de que «se está cogiendo demasiada lucha».

Manuel Toribio es de los que piensa que ahora se consumirá mucha más gasolina porque la gente la está comprando para almacenar. Esto, a juzgar por los que llenaban galones de plástico el día de ayer, bien podría ser cierto.

«Esto es un desastre, de verdad. He pasado demasiado trabajo. Estamos retrocediendo, eso no puede ser posible», dijo Juan Antonio Torres después de durar cuarenta minutos haciendo fila.

Santiago Mueses, aunque duró una hora de espera, entiende que hay que apoyar al gobierno en este plan. Lo mismo señaló Rafael Vásquez, quien apuntó que la gente debe ser más comedida.

Rafael Féliz, también con una hora de espera, solicitó al gobierno que extienda el horario o abra las bombas los domingos hasta el mediodía. En el mismo tenor, Domigo Avila y Angel Ortiz indicaron que al menos deberían pensar en abrir las bombas hasta el sábado a las tres o cuatro de la tarde.

Otro tanto ni siquiera pudo emitir palabra. Al llegar a las estaciones después de las doces y descubrirlas cerradas, sólo podía echarse la mano a la cabeza. Ya no había nada que hacer. El olvido, descubrieron, les salió muy caro.

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