Hosni Mubarak, el líder egipcio que por casi 30 años fue el duro rostro de la estabilidad en Oriente Medio, falleció ayer a los 91 años.
Durante su mandato fue un aliado incondicional de EEUU, un baluarte contra la militancia islámica y un guardián de la paz de Egipto con Israel. Pero para los miles de jóvenes egipcios que por 18 días de 2011 participaron en protestas callejeras sin precedentes en la Plaza Tahrir, en El Cairo, y en otras partes del país, Mubarak era una reliquia, un faraón moderno.
Los manifestantes se inspiraron en la revuelta de la Primavera Árabe en Túnez, y aprovecharon las redes sociales para congregar multitudes, desatando la ira popular por los sobornos y la brutalidad que ensombrecieron su mandato. Al final, con millones de personas en la Plaza Tahrir, el ejército que durante mucho tiempo alimentó su poder lo dejó a un lado el 11 de febrero de 2011.
Los generales tomaron el control con la esperanza de preservar todo lo posible del sistema dirigido por Mubarak.