Muerte carcelaria

Muerte carcelaria

Ser dominicano y haber consumido unas seis décadas entre nuestra gente nos da el inmenso privilegio de poseer un extenso arsenal anecdotario criollo cuyo contenido es parte de las características particulares de pueblo caribeño. Aquí, ser obeso es estar en salud y cuando la gordura es abdominal se concluye que la panza es sinónimo de dinero.

Por otro lado, la victoria implica una de las mayores derrotas y un grave  peligro para la salud de un preso. Mi primera experiencia bajo los barrotes de una fría solitaria la viví a finales de abril de 1965 cuando mis ideales en defensa del derrocado gobierno boschista durante la revolución llevaron mi cuerpo adolescente a un encarcelamiento que se prolongó por más de un mes. Para un adolescente aquello constituyó una amarga y dolorosa experiencia pues ingresé al recinto con 15 gramos de hemoglobina y salí del mismo con menos de ocho gramos; el hambre y los mosquitos casi acaban con mi existencia.

Veinticinco años más tarde, en 1990, pasaría todo un fin de semana encerrado en la cárcel pública de San Juan de la Maguana, víctima de los abusos del régimen de turno.

Las condiciones de insalubridad, extorsiones y abusos no han desaparecido de esos lugares que no han dejado de ser cementerios de hombres y mujeres vivas.  Varios hospitales del Estado y el Instituto Nacional de Patología Forense son testigos permanentes de lo que implica ser un recluso en el país. Para muestra basta un botón.

Recientemente fue trasladado a Patología Forense el cadáver de un joven de 27 años, quien fue ingresado al Hospital Dr. Luis Eduardo Aybar en condición grave. El presidiario llevaba más de una semana quejándose de un fuerte dolor en el oído izquierdo. Poca y pobre atención fue lo que recibió el hoy occiso, a lo sumo un miserable analgésico luego de repetidas quejas. Solamente cuando la  víctima entró en convulsiones se dignaron las autoridades a enviarlo al hospital. ¡Muy tarde para ablandar habichuelas!

La infección en la parte interna del oído se convirtió en una mastoiditis que de modo natural invadió las membranas que cubren el cerebro provocando una meningitis purulenta que rápidamente aceleró el cuadro séptico  con el consiguiente shock irreversible y mortal. Un diligente ministerio público en concordancia con un eficiente juez arrojarían una detención preventiva que en el  terreno práctico de la realidad social dominicana  ha implicado una verdadera sentencia de muerte para dicho ciudadano.  Se trata de un muerto sin doliente, una familia sin abolengo ni influencia, la tapa del sepulcro esconderá para siempre esta otra víctima de la injusticia.

¿Cuál  es la cuota en vida que la juventud sin padrino habrá de aportar para que el trato a los presos deje de ser lo que viví en carne propia en los años de 1965 y 1990? ¿Cuándo es que la Victoria dejará de ser una derrota? El asunto no se trata de crear cárceles nuevas;  ¡ojalá que no se necesiten más cárceles y que en cambio sembremos el país de suficientes  escuelas dotadas de modernos planteles con calificados profesores bien remunerados! Mientras tanto, confesémonos a priori por si caemos preso y morimos sin la extremaunción.

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