Muerte cardíaca

Muerte cardíaca

Tal vez una de las palabras más abusadas en su acepción es la utilizada para designar a la bomba de nuestro sistema cardiovascular. Veamos algunas: corazón de melón; corazón de piedra; corazón traicionero; no me quieras matar corazón; llora corazón, no sufras corazón, tonto corazón, etcétera, etcétera. No intento abarcar el tema de las corazonadas ya que ello implicaría la de nunca acabar. Más bien pretendo referirme a la patología del órgano muscular que desde la vida intrauterina se mantiene latiendo rítmicamente hasta morir.

Hay niños que nacen con defectos cardíacos hereditarios o adquiridos durante el período embrionario o fetal. Para vergüenza nuestra la rubeola y la sífilis materna todavía acarrean estos males congénitos en la población infantil dominicana. Luego del nacimiento nos acecha la fiebre reumática, enfermedad que lame las articulaciones, en tanto que muerde el corazón, generando daño valvular de prolongado efecto catastrófico. En la adolescencia el uso de drogas estimulantes tipo cocaína, anfetaminas, éxtasis y las bebidas energizantes aceleran la función cardíaca llegando a provocar arritmias fatales. El adulto de hábito sedentario, fumador y amante del alcohol reúne ingredientes que acompañados de una dieta cargada de grasa animal y una ingesta considerable de carbohidratos desemboca en un estrechamiento de las arterias coronarias por placas de ateroma y el resultante infarto de miocardio. La adultez urbana moderna convive con un aumento del estrés y de la sal en los alimentos, adjunto a un inadecuado descanso reparador contribuyen a elevar la incidencia de la hipertensión arterial. La alta presión implica una continua sobrecarga para el miocardio, lo que a su vez provoca agrandamiento y debilidad de toda la musculatura del órgano, conllevando a una dilatación con insuficiencia cardíaca congestiva. La diabetes mellitus se asocia a daño vascular generalizado al que no escapa el órgano noble del aparato vascular. El adulto mayor acumula los intereses biológicos adeudados a través de cambios degenerativos, resultado de defectos genéticos hereditarios o de mutaciones adquiridas. Un mal hábito cultural que sobresale es el alcoholismo, responsable de la denominada cardiomiopatía alcohólica. La obesidad está haciendo estragos en varios segmentos poblacionales a nivel mundial, principalmente en las zonas de mayor desarrollo económico. En los lugares donde se practican autopsias a todos los casos de muerte repentina en adultos, notamos que más del sesenta por ciento de los fallecimientos son debidos a una patología cardíaca. La causa más común es la arteriosclerosis coronaria, le siguen la hipertensión arterial y la diabetes. Los aneurismas aórticos arterioescleróticos debutan frecuentemente con una rotura espontánea de consecuencias fatales. Podemos cambiar estos lúgubres indicadores estadísticos, estableciendo una adecuada protección y mantenimiento de la bomba cardíaca. Todo se inicia con un sano embarazo, seguido de una niñez en la que se inculque una cultura saludable y se administren vacunas oportunas y eficaces. Seguimos con una adolescencia en donde sembremos buenos valores éticos y morales. Agreguemos una práctica de ejercicios físicos y deportivos cotidianos libres de drogas, acompañados de una alimentación nutritiva equilibrada. No deben faltar los chequeos médicos periódicos de rigor.

Mientras transitamos por la bella y placentera autopista de la vida, un corazón sano y bien mantenido reduce las probabilidades de una falla inesperada y prematura fatal del motor humano.

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