Muerte: cuento y realidad

Muerte: cuento y realidad

De pequeño los adultos solían  en base a narrativas fantasiosas llenar nuestras mentes  infantiles hasta dormirnos. Unos cuentos nos hacían reír, en tanto que otros nos causaban miedo  y hasta terror. El juguete, cuando de carritos y camioncitos se trataba nos convertía en imaginarios expertos chóferes adultos.

Bien podría colegirse que soñar es la vida del niño; sin embargo, llegada la adolescencia los sueños van paulatinamente siendo reemplazados por una realidad que en ocasiones se torna cruda y de poco agrado.  El fatalismo era reforzado con anécdotas orientales que tenían como propósito inculcarnos la errónea idea de que veníamos al mundo con un destino marcado.

Veamos un ejemplo: “En un pueblo lejano un criado fue al mercado y se encontró con la Muerte que le hizo un guiño. Asustado se fue corriendo donde el amo y le dijo: amo! Me acabo de encontrar con la Muerte, creo que vino por mí, permítame irme de Kabul.

El amo quería mucho al criado, le dio unas monedas de oro y el caballo más veloz para que se  fuera a Bagdad. Por la tarde el amo bajó al mercado, vio a la Muerte, se le acercó y dijo: usted, ¿por qué esta mañana asustó a uno de mis criados? ¿Yo, dijo la Muerte? Sí, usted le hizo un guiño. Entonces la Muerte repuso: yo no le hice ningún guiño, sólo me sorprendió verlo por aquí porque tengo una cita con él hoy en Bagdad”.

Ahora va un hecho de la vida real acaecido en el sector de Villa Faro, en la ciudad capital de la República Dominicana, el 2 de abril de 2012. Se trata de un anciano de 91 años, oficial retirado de la marina norteamericana, quien en 1992 decidió quemar su nave en la Gran Manzana y en búsqueda de paz y mayor seguridad optó por mudarse a la dominicana. Para sorpresa suya el ambiente de la nueva urbanización empezó a deteriorarse obligándole a colocar rejas de hierro en la marquesina, ventanas, puertas y verja de la casa.

No conforme con eso, también adquirió una caja fuerte para resguardar sus pertenencias.  Veinte años después de la fatal decisión  de regresar a la patria chica fue encontrado  en condición de cadáver, maniatado en la cama, con múltiples traumatismos craneofaciales y fractura de los cartílagos de la garganta, aparte de una fuerte mordaza que cubría la boca y le apretaba el cuello.

Aquel lobo de mar que enfrentó y venció peligros oceánicos,  que  sobrevivió por décadas en  la ciudad de los rascacielos, que nadó en profundas aguas marinas, vino a ser ahogado en lo seco, en una orilla caribeña. Aunque respetado por los tiburones, el digno anciano fue abusado por tres mozalbetes que cargaron con su caja fuerte, cuyo único tesoro se dice que consistía de setenta mil pesos dominicanos. Debe haber sorprendido a la Muerte el que en lugar de verlo en Nueva York lo encontrara en Santo Domingo. 

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