Muerte delatora

Muerte delatora

Estoy convencido de que los hermanos Fidel y Raúl Castro Ruz llevan a cabo un proceso de transición en Cuba. A la manera de ellos, por supuesto. Sobre esta percepción les he hablado antes a los lectores. También estoy convencido de que la muerte de Orlando Zapata Tamayo perjudica la encubierta transformación que llevan a cabo los Castro Ruz. Porque el deceso resultó de una huelga de hambre cumplida por cerca de tres meses. Y porque el fallecimiento pone al descubierto que las garras tiránicas no han sido melladas. 

Gobiernos de este continente y europeos interesados en el futuro de Cuba, presionan por una flexibilización del régimen. Escasos los éxitos alcanzados en este objetivo, a veces siguieron los mismos a pertinaces negociaciones. No faltaron las tachas que el régimen cubano lanzó por las diligencias humanitarias desplegadas. Esas voces fallaron para salvar a Zapata Tamayo.

Pero Cuba debió acudir en su ayuda. No hablo de la apabullada oposición, sostenida más por la vergüenza que por la fortaleza institucional de sus organizaciones. Fue la Cuba oficial, la Cuba de los Castro Ruz que tenía a Zapata Tamayo como desfalleciente interno de un hospital, la que debió acudir en ayuda del malogrado albañil. La muerte de un disidente que pelea con tantas desventajas, acudiendo a la inanición como arma de combate, es más perjudicial que beneficiosa para la Cuba oficial.

A quien beneficia este sacrificio es a la Cuba disidente. Pero la Cuba opositora y la Cuba oficial van tornándose una sola en esta hora suprema. Y de ello deben estar conscientes quienes guían a una y conducen a la otra. Porque a ambas Cubas conviene que sus integrantes sepan que, en definitiva, los arropa un mismo gentilicio. Las dos Cubas son una Cuba de los cubanos.

Desde la “enfermedad” de Fidel pensé en Francisco Franco Bahamonde. De este otro gallego les hablé hace tiempo, pues también él propició una metamorfosis. A la manera de Franco. Aunque, mirando actuar a Raúl y Fidel, podría asegurarse que es a la manera gallega. No pueden ni deben las dos Cubas, desperdiciar la ocasión de sacar con bien de un parto de medio siglo, a la única Cuba posible: la de los cubanos.

A las democracias del continente y de Europa, que tiran y aflojan la cuerda con los Castro Ruz, conviene que ahora, para evitar una distorsión del proceso, aprieten. De alguna manera deben impedir que las persecuciones iniciadas tras el fallecimiento de Zapata Tamayo sean continuadas y se vuelvan réplica de las de los viejos tiempos. Y aunque el tenaz obrero no fue colocado ante un paredón, no dejó de estarlo en los ochenta y tantos días de su huelga de hambre. Y en ese paredón han estado también los que gobiernan a la Cuba oficial. Porque con su muerte, Zapata Tamayo los ha denunciado.

Conviene guardar las distancias. Pero el fallecimiento de Zapata Tamayo delata lo que aún hoy vive Cuba de la misma manera que el asesinato de Patria, María Teresa y Minerva Mirabal denunció al régimen de Rafael L. Trujillo.

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