Muertes adolescentes

Muertes adolescentes

SERGIO SARITA VALDEZ
El deber supremo de todo cuanto existe es seguir existiendo. La vida sigue siendo el don más preciado con que contamos. Cuando una persona abandona el mundo de los vivos a una edad temprana y en circunstancias sociales y médicas evitables, los que de una forma u otra estamos envueltos en la dinámica investigativa experimentamos una desagradable sensación de rabia e impotencia.

Cólera, por cuanto nos negamos a aceptar los fallecimientos violentos producto de la sin razón; debilidad orgánica puesto que no podemos revertir algo trágico una vez que ha adquirido las características de la irreversibilidad.

Ver una moza quinceañera con su rostro juvenil lleno de esperanza en el futuro, en tanto que su cuerpo, todavía libre de las cicatrices que van dejando el paso de los años, yace inmóvil en una fría mesa de autopsia, a consecuencia de haberse a atrevido a querer traer al mundo a una criatura hija de la pasión que acompaña a todo temprano amor, nos torna rebeldes e inconformes con las decisiones fatales a las que el mal llamado destino conduce.

En algún punto de la república, y a menos de tres horas de intervalo cotidiano, cae baleado, apuñaleado, o apaleado un o una dominicana, víctima del odio latente o de la ira repentina que nace del reflejo animal de un desaprensivo animado al uso de la fuerza destructiva como manera de aniquilar a quien no accede mansamente a sus caprichos o que por desgracia se coloca en la ruta sangrienta del agente agresor.

La densidad poblacional de los grandes centros urbanos del país no guarda un paralelismo con la capacidad de la sociedad organizada para proveer los servicios básicos de los grupos segregados del reparto de los bienes y servicios generados por las fuerzas productivas de la nación. Son esos grupos de mozalbetes marginados los que, a falta de educación, alimentación, vivienda, energía eléctrica, empleo y sano entretenimiento se lanzan a las calles a asaltar, robar en las casas y a violar a jóvenes indefensas que deambulan por calles y callejones oscuros. Dichos delincuentes actúan casi siempre bajo la premisa de que en cerca de un noventa por ciento de las veces conseguirán escapar indemnes sin que la mano de la justicia los atrape y castigue.

Si a ello le agregamos el incremento en el uso y abuso del alcohol y las drogas entonces no será difícil comprender la magnitud del infierno creado en la atmósfera social dominicana de los últimos años. El aumento en los índices de pobreza resultado de la desastrosa gestión gubernativa correspondiente al período 2000-2004 ha dado fuerza y vigencia a aquella famosa expresión que dice: «Aquellos polvos nos han traído estos lodos».

Nos movemos en círculo vicioso peligroso. La pobreza en todos los órdenes exacerba las precariedades de los cada vez más numerosos sectores necesitados de servicios elementales para un buen vivir civilizado. La juventud acude al refugio de los estupefacientes como un escape a la situación de estrechez y desesperanza en la que se le sumido. La corriente globalizadora, cual cáncer infiltrativo, permea todas las capas del tejido social, dando lugar a que se induzcan fuertes apetencias y necesidades caprichosas, sin que la capacidad de trabajo del consumidor pueda proveer los recursos económicos para sostener esos nuevos hábitos de gastos. La prostitución y el robo se convierten en el medio para obtener las finanzas requeridas a fin de sostener los vicios y nuevas modalidades de goces de las engrilladas generaciones. Los encargados de mantener el orden público y la propiedad privada entran en enfrentamientos con los infractores de la ley con un resultado neto que casi siempre arroja incontables muertes en los ya famosos «intercambios de disparos».

Tenemos un semillero de antisociales; sin embargo, en vez de eliminar las semillas de donde nacen esas plantitas preferimos hacernos de la vista gorda, esperar a que nazca la mata, crezca e inunde el conuco de yerba para entonces proceder con el machete a desyerbar la maleza conuquera hija del descuido del agricultor.

La guerra contra la pobreza y en favor de la educación y la salud conduce a una reducción de las muertes violentas que hoy por hoy representan la principal modalidad de deceso en la juventud dominicana.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas