Muertos, ciencias y artes

Muertos, ciencias y artes

SERGIO SARITA VALDEZ
¡Horror, un cadáver!; así exclamaría un poeta sorprendido ante el hallazgo inesperado y repentino del cuerpo sin vida de algún desconocido. ¡Corran a ver que aquí hay un muerto!, de esa manera se expresaría un humilde hombre del pueblo cuando descubre a uno de sus semejantes inerte en el suelo, en posición decúbito ventral, frío como un témpano de hielo y rígido como una viga de acero. ¡No está muerto sino dormido!, eso diría la esperanzada madre que ve a su hijo inmóvil y sin señales de vida sobre la cama.

¡Déjenlo dormir su borrachera!, es lo que aconsejaría el ingenuo transeúnte que temprano un domingo se topa con un vagabundo errante echado sobre la acera de una de las calles del barrio, teniendo como único testigo y vigilante a una botella de ron cuyo contenido ha sido reducido a su mínima expresión. Quizás, en el lugar de este último, permanezca únicamente a su lado, algún perro realengo que minutos antes desayunaba con el contenido gástrico que el agónico cristiano expulsara al despedirse del mundo de los vivos.

En cada caso arriba enunciado hemos visto reacciones diferentes de los testigos casuales al momento en que descubren los restos de un fenecido. Sin embargo, no son esas las reacciones que obtenemos de la gente cuando visita un museo, en donde se exhiben varios difuntos embalsamados y especialmente disecados, a fin de mostrar las distintas partes que conforman la compleja maquinaria humana, tanto del hombre, la mujer, el niño, o del embrión y el feto, en sus distintos períodos del desarrollo intrauterino.  Aún resultan más impresionantes las emociones que provoca la contemplación de las poses en que con arte singular pueden ser colocadas estas piezas anatómicas.

En la visita que giráramos a mediado de septiembre 2006 al Medical Examiner Office de Manhattan y al departamento de Patología de la Universidad de Nueva York, se nos sugirió con vehemencia aprovechar nuestra estadía en esa gran urbe citadina para que dedicáramos unas tres horas sin interrupción en un recorrido por el área del South Street Seaport de Manhattan, en donde había una exhibición de doscientos sesenta especímenes de órganos y partes corporales conjuntamente con veintidós cadáveres procesados y deshidratados al vacío en acetona para luego ser sumergidos en un baño de silicona y quedar así atrapados permanentemente en esa malla de polímero.

El arte, el tiempo, la dedicación y el cuidado puesto en la consecución de semejante trabajo científico ponen de manifiesto la capacidad creadora y el ingenio humano al lograr, de un modo prodigioso, exponer de una bella manera los diferentes integrantes de la estructura anatómica del cuerpo humano. Ningún atlas de medicina, así como tampoco ninguna sala de disección ha logrado conjugar de una manera tan perfecta el arte con la ciencia para hacernos ver con curiosidad y agrado los componentes, el funcionamiento y las huellas patológicas que dejan las enfermedades en su alojamiento y tránsito por el cuerpo de una persona.

La visión tridimensional de los órganos y el aislamiento de cada sistema tal como el cardiovascular, el aparato respiratorio, así como la disección completa del sistema nervioso central y periférico dejaría perplejo a un Andrés Vesalio, Rouviere, o a criollos de la categoría de los doctores Goico y Capellán. De aquel inmenso arsenal que presenta el museo, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, lo que mayor impacto generó en mi ser lo fue sin duda alguna el excelente trabajo de disección en el que a un sujeto ya difunto le fue separada la piel, el tejido subcutáneo y los músculos y tendones, dejando totalmente libre de estructuras blandas al esqueleto. Logrado esto, los autores integraron la piel y los músculos en una unidad, en tanto que articularon los huesos en otra unidad separada para luego hacer que en un mismo cadáver huesos y músculos, ambos de pie, se dieran la mano en señal fraternal.

Ese apretón de mano de hueso y carne mirándose de frente, obligaba al espectador a pensar en la obligatoriedad de cooperación entre ambos componentes, a fin de conseguir la coordinación efectiva que permite al ser humano moverse y llevar a cabo la infinidad de tareas complejas que el diario vivir demandan.

Quizás si entendiéramos mejor nuestras estructuras y funcionamiento aprendiéramos a convivir mejor, y, de ese modo, contribuir a desarrollar una sociedad más humana, solidaria, participativa y con una mucha mejor comprensión del ecosistema que estamos obligados a preservar y compartir para no sucumbir.

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