Muertos pesados

Muertos pesados

SERGIO SARITA VALDEZ
El cese de la vida conlleva a la desaparición de los derechos y deberes del difunto, ello, sin embargo, eso no implica que el muerto se conforme con el enterramiento, sino que en múltiples ocasiones se requiere de profundas y complejas investigaciones a fin de determinar las causas y circunstancias que dieron al traste con la existencia física de un ciudadano.

En nuestra condizción de país empobrecido y subdesarrollado tendemos a asignarle poca relevancia al estudio de los cadáveres y hay gente que argumenta en contra de los experticios usando como pretexto la imposibilidad de revivir al fallecido. Desconocen estos miopes, victimas de la ignorancia, el efecto tranquilizante y pacificador que tiene para una madre, un padre, una familia atormentada y acongojada, saber que su deudo extinto murió a consecuencias de equis malestar y no como el rumor público pretendía hacer creer.

Las muertes de criollos indigentes, o con limitados recursos económicos, sellan en el silencio del sepulcro, las incógnitas y las opacidades acerca de los pormenores que explicarán, fuera de toda duda médica razonable, el o los trastornos que mandaron a tales desventurados cristianos a la gloria o al infierno. Son esos los muertos que denominamos livianos, a causa de lo débil de su fuerza gravitacional postmortem en la sociedad. Nadie se queja por ellos ni le reclama a nadie, pocos les echan de menos y todos se conforman con echarle tierra al caso. Es más, no es raro que las autoridades judiciales ordenen su inhumación rápida bajo el alegato de que representan un peligro sanitario público.

¡Ay de aquellos investigadores forense que obnubilados por la rutina diaria del levantamiento de cadáveres de dominicanos sin dolientes se confundieran y le dieran igual trato a un ciudadano del mundo desarrollado fallecido en nuestro territorio! Aún cuando el inerte cuerpo sea capaz de flotar en el agua, producto de la generación de gases por la putrefacción, semejante maloliente difunto pesa más que lo que la balanza señala. Ese fenecido debe ser manejado con la mayor rigurosidad posible si no queremos pagar como rico lo que hicimos como pobre.

No haber examinado, descrito y documentado los pormenores del lugar donde apareció la víctima, ni tomado las evidencias por su ulterior análisis científico implica haberle puesto una lápida negra de toneladas al caso. Abandonar al fenecido en un cementerio sin custodia por cerca de 24 horas antes de proceder a realizar una necropsia incompleta significa no saber ni entender la carga que se lleva encima cuando se investiga un muerto extranjero.

La situación se torna más grave todavía si a priori se sabe que se trata probablemente de una muerte violenta y que necesariamente vendrán una serie de cuestionamientos para los cuales el deplorable peritaje arroja más dudas que las interrogantes que supuestamente está llamado a responder.

Hemos sido reiterativos tanto en privado como en público, acerca de la urgencia de crear las condiciones medico-forenses mínimas para atender las urgencias legales que continuamente se presentan especialmente en las áreas turísticas del país.  Repito, no tenemos un lugar técnica y dignamente apropiado, en el que podamos realizar de manera correcta las autopsias de los cadáveres podridos o descompuestos. Si insistimos en no querer ver ni oir esto, entonces no nos quejemos cuando de fuera vengan a obligarnos a escuchar y mirar las fallas que desde  ultramar con razón nos señalen.

Mientras tanto, les decimos: esos son muertos pesados que nos desacreditan por defecto en plena postrimería del año 2005.

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