Muertos que nacen y crecen

Muertos que nacen y crecen

SERGIO SARITA VALDEZ
No siempre los nombres suelen representar lo que sus raíces nos harían pensar, ejemplo de ello sería diciembre, palabra que significa el décimo mes, lo cual únicamente fue cierto hasta el siglo XII, pero que sin embargo luego dejó de serlo pues se convirtió en el duodécimo mes una vez se acogió el calendario gregoriano.

Esta falta de sincronización entre la nomenclatura anterior y su nuevo formato no le restó el valor que para el mundo cristiano tiene esa última página del medidor solar. Sigue siendo la fecha en que festejamos el Natalicio de Cristo y celebramos el tradicional fin de año.

Acostumbrados estamos al juego de los antónimos, cosa que nuestra mente realiza con facilidad y de manera casi automática; comparamos la noche con el día, la riqueza con la pobreza, el respeto con el abuso, la verdad con la mentira, la sinceridad con la hipocresía, la honradez con la corrupción, el decoro con la desvergüenza y el principio con el final. De ahí que nos resulte chocante e indigerible, hasta casi rayar con lo inverosímil, el tener que aceptar la asociación del nacimiento con el nacimiento. Lo primero que nos asalta es la idea de un error tipográfico si es que estamos leyendo algo escrito, o de que se trata de un lapso mental si es hablando que estamos. ¿Cómo es posible asociar de manera directa un sinónimo sin su antónimo?

Entendemos dentro de una lógica racional que nacemos y morimos, pero, ¿es cierto o no que de la vida nace la muerte? Dialécticamente esto es correcto y no solo real sino que en ocasiones es más que real, digamos que se torna supra real. Veamos algunos ejemplos: Simón Bolívar, el gran libertador, fue un personaje de una determinada estatura en su época de vivo que fue de escasamente 47 años. Hoy día, a más de siglo y medio de haber nacido el muerto, aquel cuerpo se crece y se agiganta traspasando a América, el Caribe y Europa, hasta convertirse en un paradigma intercontinental venerado y recordado con respeto y admiración.

Abraham Lincoln nace en el Estado de Kentucky, Estados Unidos, siendo presidente de su país, es asesinado por un fanático esclavista sureño en un teatro, el 14 de abril de 1865 a la edad de 56 años. Quizás sus lemas se mantuvieran callados para una gran parte de la humanidad mientras perteneció al universo viviente. A más de 140 años de tan espantoso crimen se sigue multiplicando su eco de «el gobierno de la gente, por la gente y para la gente». Se hace más ensordecedora aún su legendaria expresión de que: «A veces se puede engañar durante un tiempo a todo el mundo, también se puede engañar a algunas personas todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo».

Juan Pablo Duarte expira en Caracas, capital de la República Bolivariana de Venezuela el 15 de julio de 1876 a la edad de 63 años. Fallece lejos de la Patria que fundara, olvidado y llevado a la talla mínima que un héroe de su categoría pudiera imaginarse. En ese instante nace un muerto, que al pasar del tiempo, se hace tan majestuoso que muchos de nosotros ahora lucimos diminutos frente a la grandeza de su espíritu y la reciedumbre de su pensamiento libertario y patriótico. Basta recordar un fragmento de su famosa carta dirigida a los líderes de la restauración: «No es de esperarse que yo deje de protestar (y conmigo todo buen dominicano) cual protesto y protestaré siempre, no digo tan solo contra la anexión de mi Patria a los Estados Unidos, sino a cualquiera otra potencia de la tierra, y al mismo tiempo contra cualquier tratado que tienda a menoscabar en lo más mínimo nuestra Independencia Nacional y cercenar nuestro territorio y cualquiera de los derechos del Pueblo Dominicano».

El primero de noviembre de 2001 nace otro gran muerto que empieza a vivir intensamente en gente que no entendió al vivo que respiró por 92 años, se trata de Juan Bosch, quien en 1964, en Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana escribiría la siguiente profecía: «La historia enseña que los países que asesinan a sus minorías inconformes no tienen redención. Las minorías inconformes son la levadura del progreso. Aniquilar no es gobernar; sólo saber gobernar el que sabe conducir, y el que teme ni sabe ni aprenderá jamás a conducir. Los que temen a las minorías inconformes carecen de autoridad y de capacidad para ser conductores. Del miedo, que es el más bajo de los instintos, no puede surgir nada que no sean el crimen o la abyección».

Estos cuatros ejemplos han sido selectiva y arbitrariamente escogidos. Ellos son modelo de muertos ilustres de la historia a imitar, cuyos decesos se constituyeron en nacimiento y que a medida que transcurren los años se agigantan, amenazando con llenar la tierra y trasmontarse hacia otros planetas y galaxias. Junto a ellos marchan otros mega muertos entre los que resaltan José Martí, Gandhi, Ernesto Guevara y Gregorio Luperón. Atrás irán dejando una despreciable estela de vivos del presente reducidos a un tenue guiñapo de enanos liliputienses, muertos en vida que solamente llegarán convertirse en odiosamente recordados muertos, empequeñecidos por las viles acciones que realizaron durante el paso de tormenta a través del que otrora fuera su paraíso terrenal.

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