MUJER E INSULTO: UN DERECHO DEMOCRATICO (I)

MUJER E INSULTO: UN DERECHO DEMOCRATICO (I)

Tienen toda la razón los que argumentan que en una democracia todos tienen derecho a expresar lo que piensan sin tapujos, aunque lo que digan sea (como dicen en USA) “políticamente incorrecto”.

Tienen toda la razón los que en sus ensayos, poemas u obras de cualquier género ofenden a las mujeres, a los “cueros” (que hace tiempo denominamos como trabajadoras sexuales), a los negros, o a la comunidad LGTB.

Y digo que tienen razón cuando afirman que en una democracia referirse a las mujeres es su derecho, por lo que narro en este ensayo, muchos de cuyos conceptos copio de esa fuente de “erudición” instantánea que es Wikipendia, para que luego no se me acuse de “plagiaria”, como una vez ya se intentó hacer con mi hermano Ricardo Ramón Jarne y una obra de teatro PERRERIAS, que fue seleccionada por la crítico cubana Vibian Martínez como la mejor entre 36 concursantes y consecuentemente seleccionada para el Festival de Teatro de La Habana.

La democracia nació hace 2,500 años en Grecia, específicamente en Atenas.
Platón, Aristóteles, Tucidides y Cicerón la evaluaron como una “mala forma de gobierno”. Un régimen “inestable, corrupto y peligroso que conducía a guerras civiles y tiranías”, pero Pericles, tenía otro criterio y decía que:

“Ostentamos las leyes que significan ayuda para las víctimas de opresión, sea que hayan sido establecidas estatutariamente, sea que se trate de leyes no escritas que acarrean el castigo indispensable de la vergüenza”…

“Somos el único pueblo que considera que un hombre que no tiene ningún interés por la política no lleva una vida plácida, sino totalmente inútil”.

“La igualdad es la categoría central que define a un gobierno democrático, o gobierno de los muchos. ¿Qué cosas son iguales y en que son iguales?”

“Solo son ciudadanos los oriundos de Atenas. Se requiere que sean HOMBRES, mayores de edad, nacidos en Atenas, de padres atenienses. No son ciudadanos de la Democracia los extranjeros, LAS MUJERES y niños y por supuesto los esclavos, desiguales por naturaleza”.

Es claro que la igualdad que consideraban los atenienses estaba sustentada en discriminaciones y exclusiones. Discriminación de los extranjeros (Metecos), que abarcaba no solo a los nacidos en otros sitios sino los que habiendo nacido en Atenas no eran hijos de padres atenienses, (concepto de mucha actualidad, como lo demuestra la ley que ha privado de su nacionalidad a los y las dominico-haitianos), “quienes podrán ser expulsados en cualquier momento sin derecho alguno a participar en los tribunales”.

La democracia ateniense, en la cual se basaron todas las de Occidente, practicaba la discriminación de las mujeres, siempre sometidas a los padres de familia, o a los esposos y consideradas “incapaces” de un “uso autóctono de la razón”. Y la discriminación absoluta de los esclavos “por naturaleza”, utilizados como cosas que se podían comprar o vender, emplear a voluntad, o matar.

De ahí que Aristóteles, en su Política, argumentara que solo los griegos eran demócratas y negaba que las mujeres tuvieran uso pleno de la razón, del logos. Podían intentarlo y obedecerlo, pero no podían asumirlo autónomamente y tomar decisiones, sino ejercer “el silencio como virtud”, o la “virtud del anonimato”, como tanto se ha “celebrado” en autoras tan eruditas e indispensables como Camila Henríquez Ureña.

Así, la más célebre e importante democracia, la ateniense, de los siglos V y IV antes de Cristo, se sustentaba, para nosotras, en la discriminación más abominable, la cual extendió a sus luchas imperiales hasta el advenimiento de la Edad Media, donde esta discriminación adquirió naturaleza de “Ley Divina” en sociedades Teocráticas, donde “Todo poder viene de Dios”, sacralizando el poder de emperadores, reyes, papas, arzobispos y obispos, como sustentadores del poder incuestionable de la ley divina.

Sobre los métodos de gobierno del Medioevo, para garantizar el poder de los “hombres libres”, se inventó la Inquisición, cuyas cámaras de tortura se exhiben hoy en museos de Europa, la cual exterminó a 16 millones de mujeres, la mayoría por atreverse a pensar.

La historia de las Revoluciones Liberales es de todos conocida y no es este el espacio para analizarlas, sólo hay que recordar que todas: la Revolución de 1689 en Inglaterra; la de USA en 1977 y la de 1798 en Francia, proclamaron los derechos inalienables… de los hombres.

En la Declaración de USA se parte de que “Todos los hombres han sido creados iguales, y dotados por el creador de ciertos derechos individuales, entre los cuales se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, derecho proclamado mientras todo su sistema político-económico se sustentaba en el exterminio de los esclavos negros y de la raza autóctona, o “native americans”.

Francia fue aún más lejos en su Declaración, no solo excluyendo a los negros y a las mujeres, sino reservando los derechos políticos a los “hombres propietarios” y por ende excluyendo a los y las desposeídos.

Todos los aparatos ideológicos, producidos por estas revoluciones se basan y sostienen, según Norberto Bobbio, en tres etapas de prejuicio:

1.-La construcción de una diferencia que nos distinga de “ellos”. Tres “jinetes del Apocalipsis” que se basan en el racismo, clasismo y sexismo, sustentados en una diferencia de color de la piel, de sexo y de clase.

2.-La justificación ideológica, (donde el lenguaje juega un papel fundamental), de la diferencia.

3.-El combate a la modificación de los prejuicios generalizados por la cultura general, vía el ejercicio de ideologías políticas o religiosas que reniegan de la racionalidad que apela a la innata dignidad del hombre y la mujer como hijos del Nuevo Testamento, donde Cristo proclamaba “Aquel que esté libre de pecados que tire la primera piedra”.

Como señala Max Weber, padre de la sociología moderna, toda discriminación tiene que ser legitimada y validada por creencias o ideologías encargadas de convencernos de que era justo y necesario que las mujeres se subordinaran a los hombres como esposas, cortesanas u objetos sexuales, y los esclavos aceptaran su esclavitud.

Por eso, el educador brasilero Paulo Freire, en su Pedagogía del Oprimido, afirma que la única manera de que los/las oprimidos acepten su explotación, insultos, o asalto a su dignidad es si internalizan la ideología del opresor, si no se atreven a cuestionarla y combatirla.

Para ello no solo hay que responder cada vez que se asalta nuestra dignidad con supuestos ensayos “eruditos” sobre términos que nos degradaron y degradan, tales como “cuero” o “prostituta”, fruto de viejas prácticas políticas donde el terror era un arma; sino entendiendo las raíces de ese comportamiento, que según el intelectual mexicano Luis Salazar, están motivadas por, y cito:

1.-Un deseo de pertenencia a grupos superiores por naturaleza, estructura de clase, o voluntad divina.

2.-Una necesidad de culpabilizar, o descubrir en los otros y otras las causas que amenazan nuestro yo superior, nuestro rasgo identitario fundamental.

3.-Orgullo y vanidad que se goza en el perverso goce de la humillación u ofensa de otros y otras emergentes, vía “críticas personales o literarias” a su incipiente voz.

4.-Necesidad de mantener una situación de relativo privilegio frente a otros, que sienten pueden amenazar su posición.

5.-Lucha por el poder, o defensa del delirio de pertenecer a un grupo exclusivo.
Conclusión: Pobre utilización de la inteligencia, que genera lástima.

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