Mujer y ética. ayer, hoy y siempre

Mujer y ética. ayer,  hoy y siempre

Soy una mujer
que en ocasiones se pierde
en preguntas sin respuestas
aceptando su propia realidad y se resiste a la
desesperación de la incomprensión del mundo. [2]
Este encuentro es un apretado resumen del discurso que presenté como oradora invitada en el almuerzo – conferencia que cada año organiza CLARO con motivo del Día Internacional de la Mujer, celebrado el pasado 7 de marzo de este año 2018. Hago esta breve presentación, acogiendo a la solicitud que me hicieran algunas personas. Por razones de espacio, solo presento las ideas centrales.
Nadie nos preguntó si queríamos nacer. Somos el producto del azar de dos cuerpos. Nadie tampoco nos preguntó si deseábamos vivir en este mundo lleno de contradicciones, exclusiones y contrastes. Nacimos y al llegar al mundo fuimos categorizados por el color de la piel, la posición económica y social de nuestros padres y por el sexo que trajimos en las piernas. Nacimos mujeres, y por obra y gracia de nuestro sexo, nos sentenciaron a ser sumisas y seguir el camino impuesto por los hombres. Nacimos sin voz propia y sin capacidad de elegir, y gracias al trabajo de muchas mujeres el mundo ha cambiado.
Nací, nacimos, mujer. Y, en mi caso, soy hija de un migrante de la China continental, que salió despavorido huyendo de la miseria. Así, desde siempre acepté el regalo de esos designios no elegidos. Decidí asumir con la alegría necesaria las aventuras y desventuras que se desprenden de esta doble condición.
Desde joven, tomé, sin saberlo, la decisión de ser una mujer peligrosa, parafraseando al escritor y literato alemán Stefan Bollmann, quien escribió las obras “Las mujeres que leen son peligrosas” y “Las mujeres que escriben también son peligrosas”. ¡Qué maravilla! ¡Soy una mujer peligrosa!
Soy mujer peligrosa y maestra por vocación y decisión. He intentado que los jóvenes busquen en sus corazones las estrellas que lo guiarán en el camino de sus vidas. He tratado que a través de mis clases puedan visualizar sus sueños. Pero esos sueños y esperanzas deben concebirse y materializarse en el mundo real, en el aquí y el ahora. Soñar lo que queremos formando parte de una sociedad caracterizada por la banalidad, donde la apariencia es lo esencial. TENER es más importante que SER. Soñar es una acción individual y egoísta. Lo colectivo es visto como un pecado, como una ridícula realidad del pasado. Nuestra sociedad ha privilegiado la superficialidad, arrinconando las reflexiones profundas del SER y del VIVIR. Una sociedad que ha olvidado el proyecto societal colectivo, para vanagloriar las hazañas personales y unilaterales.
Como maestra, me pregunto siempre, me atormento siempre, ¿qué decir a los jóvenes que se abren camino en sus vidas? ¿Qué busquen el triunfo individual a toda costa sin importar a quien pisotear, a quien calumniar, a quien vituperar? ¿Qué aconsejar a los jóvenes cuando nosotros los adultos les hemos enseñado a olvidarse de las normas establecidas porque hay que llegar a toda costa? ¿Qué exigir a los jóvenes si nosotros los adultos no somos capaces de dar el ejemplo, peor aún, hemos sido contra ejemplos?
Estoy, en definitiva, hablando de la necesidad de rescatar la ética y la moral, en una sociedad que la pisotea inmisericordemente. Sí, esta sociedad en la que habitamos en la que “todo está bien”, nada es nada. Y, sobre todo, no pasa nada, absolutamente nada. ¿Saben por qué? Porque no hay sistema de consecuencias para los que abusan del poder, ni para los violadores de las leyes.
Fernando Savater señala que la ética es una toma de postura voluntaria que apuesta a la inmortalidad vitalista de la humanidad. Esto significa que en la ética todo es y debe ser humanismo. El problema para hoy y para mañana de la ética es cómo no caer en la intrascendencia, en la banalidad.
Lo que cuestiono y cuestionaré siempre es el uso del conocimiento y del poder económico solo para el beneficio personal o de un pequeño grupo. Aquí asumo la posición de Max Weber, quien afirmaba que la ética de la convicción y ética de la responsabilidad deberían guiar nuestro accionar cotidiano. La primera establece que el comportamiento público de un individuo, y ya no solo el privado, debe ser consecuente a las sus convicciones morales. La ética de la responsabilidad establece que el comportamiento debe ponderar las consecuencias de las acciones.
Al hablar de todo esto pienso en Azorín, el intelectual español nacido en las postrimerías del siglo XIX. “El Político”, su obra más conocida, fue escrita en 1908 y es uno de sus grandes legados. Un pequeño libro lleno de verdades y reflexiones, escrito en un estilo “breve, preciso y claro”. La obra termina con un “Epílogo Futurista”, que resume la conversación entre un alumno y su maestro. El maestro le dijo a su discípulo que hablar de la historia y los grandes problemas de la humanidad es mucho más fácil que hablar del honor. El alumno escuchó con atención y luego dijo: “Tal vez esta era la cosa que más locuras y disparates hacía cometer a los hombres”. Es posible, respondió el maestro. El Honor continúa siendo un espejismo, quizás también una mentira, una gran mentira.
Debemos cuestionarnos profundamente y asumir críticamente nuestras acciones. Normalmente somos críticos con los demás. Buscamos culpables, en ellos, los otros… Acusamos siempre y señalamos con el índice; librándonos de nuestras propias culpas.
Lo triste es que la realidad es otra. La fuerza es lo que prevalece en el mundo, Mientras la ciencia se crece cada día proponiendo nuevas fórmulas para prolongar la vida a enfermos terminales de dolencias hasta ahora incurables; al mismo tiempo usamos nuestra capacidad e inteligencia para crear armas de destrucción masiva. Los países poderosos diseñan programas de ayuda para combatir la pobreza, que apenas alcanzan para repartir pequeñas migajas.
Los gobernantes han optado por la guerra, imponerse a toda costa por la fuerza, sin importar las consecuencias humanas, económicas y sociales. El terrorismo ciego que mata sin piedad inocentes. Estamos llamados, si queremos un futuro diferente, a construir una verdadera cultura de paz. La democracia necesita ciudadanos activos y responsables. Si los principios son insuficientes, también lo son las normas y las leyes. Lo que cohesiona a la comunidad son las costumbres y la responsabilidad de los individuos frente a ellas. Montesquieu dijo que cuando un pueblo tiene buenas costumbres, las leyes son sencillas.
Estoy planteando, lo sé, lo sé, una utopía… pero solo recuerdo, que la historia ha sido escrita con gente que sueña y que ama por un mundo mejor.

[1] Discurso presentado en el almuerzo organizado por CLARO el 7 de marzo de 2018.
[2] http://www.encontrarse.com/notas/pvernota.php3?nnota=12279

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