La personalidad y el recio carácter exhibidos por representantes del sexo femenino, desde los tiempos de la colonia hasta nuestros días, echan a rodar por tierra caducos argumentos de que éstas son el sexo débil.
Si de imponer criterios y dar órdenes hablamos, no habrá quien gane la partida a la mujer, en el complicado ajedrez de la vida.
De sutilezas, nada, porque sus mandamientos son inapelables, y no es de extrañar los deprimentes espectáculos de hombrecillos temblorosos y manos sudorosas, cuando escuchan las implacables sentencias de la mujer amada. ¡A cumplir, tocan!
Damas ha habido y habrá siempre a las que se guarde respeto, por empantalonadas.
Bastaría sólo una mirada retrospectiva a la historia, para derribar el falso razonamiento de que las hembras son la parte frágil de la humanidad.
¿Quién no estará enterado de los singulares episodios de Margarita de Borgoña?
¿O acaso pueden ignorarse los desempeños de Catalina La grande, Antonieta de Austria o de Fedra, esposa de Teseo?
Modernidad y transculturización cambiaron formas de ser, estilos de vida y sepultaron el recato en nuestra sociedad.
En el ancho espacio urbano veremos a más de una fémina arreglando encuentros furtivos en estacionamientos abiertos, sin el menor escrúpulo ni guardar las apariencias.
¡Y cuidado con criticar sus inconductas!
Son mujeres de coraje y de armas tomar.