Colombia. En un campamento de tiendas improvisadas donde la principal guerrilla de Colombia se prepara para dejar las armas se oye un sonido hasta ahora extraño para los rebeldes: el llanto de bebés.
Los rifles reposan contra cunas y sillitas en pisos fangosos y en medio de un calor bochornoso. Madres jóvenes cambian pañales mientras sus compañeros cargan tablas de madera para construir más cabañas y padres aún vestidos de camuflaje bromean y juegan con sus hijos.
Durante décadas las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sometieron a las mujeres de sus filas a controles de maternidad tan estrictos que un «accidente» provocaba que la guerrillera tuviera que dejar al bebé con su familia o abortar, lo que era llamado el «desembarazo».
Esta disciplina contradecía la insignia rebelde de que en las FARC se combatían los roles de género y fue una de las que más recelo provocó en este país católico.
Pero el año pasado, tras el acuerdo entre las FARC y el gobierno para poner fin al conflicto armado más antiguo de América Latina, el mandato fue revocado.
Desde entonces el «baby boom» rebelde conmueve Colombia e incluso ha impulsado iniciativas en las zonas urbanas, tradicionalmente apartadas del conflicto, para enviar toallitas y pañales a las zonas guerrilleras.
«No se miraba viable para nosotras tener hijos porque ¿qué va a tener hijos uno donde están sonando tiros por un lado y por el otro?», se preguntó Jerly Suárez, de 29 años, que dio a luz poco antes de que las FARC iniciaran su marcha hacia La Carmelita, en el sur del país, una de las 26 zonas de desarme.
Entre los casi 7.000 guerrilleros hay 114 embarazadas y 77 lactantes, según el gobierno. Además, tras años separados por el conflicto, decenas de niños han llegado a esas áreas para reunirse con sus madres, dando un aire mucho más amable a los campamentos. Muchos los llaman «los niños de la paz».