Mujeres dominicanas atormentadas. Leonor Feltz: Correspondencia con Pedro Henríquez Ureña (4)*

Mujeres dominicanas atormentadas. Leonor Feltz: Correspondencia con Pedro Henríquez Ureña (4)*

El currículo burocrático de Leonor Feltz es bastante modesto. Apenas, si no yerro, tuvo en su vida tres empleos. Profesora en el Instituto de Señoritas, fundado por Salomé Ureña, de donde salió graduada como maestra normal junto a otras cinco mujeres más, en aquella histórica investidura.
Luego pasó a desempeñar las mismas funciones en el Liceo Dominicano que dirigió Emilio Prud’homme, el cual sobrevivió hasta finales de los años 60 del siglo XX. Su tercer empleo lo ejerció como directora de la escuela primaria “Padre Billini”, ubicada, en la Era de Trujillo, en la calle Mercedes. Y el último cargo fue el de directora del Museo Nacional, de 1932 a mitad de 1933, nombrada por recomendación de su hijo intelectual, Pedro Henríquez Ureña, cuando vino a ocuparse de la Superintendencia General de Enseñanza, a finales de 1931, fecha en que solicitó permiso a Trujillo para ir a París a ver a familia, pero en realidad fue una coartada para abandonar el país y enviarle al Jefe su renuncia al cargo desde el extranjero.
La profesora Mercedes García Siragusa cita un fragmento de un artículo del finado R. A. Font Bernard (publicado en el periódico “Hoy” el 4 de marzo de 2005, donde afirma lo que sigue: «A su llegada [se refiere a Pedro Henríquez Ureña, DC] se interesó en localizar a la señorita Leonor Feltz, quien según declaró, había sido la discípula preferida de su madre, doña Salomé Ureña, en el Instituto de Señoritas, y como tal, la institutriz de don Pedro y su hermano Max. Luego de muchas indagaciones, la señorita Feltz fue identificada como “la Madrilleta”, una dama de elevada estatura y tez morena, que apenas sobrevivía mediante la venta de frutas y dulces a los alumnos de la escuela Padre Billini, cercana a su modesto hogar. Mediante la recomendación de don Pedro, la señorita Feltz fue designada directora del Museo Nacional.»
Tan pronto estalló la noticia de la renuncia de PHU, Leonor Feltz corrió la misma suerte de su protector, al igual que un número considerable de miembros del clan Henríquez-Ureña que fueron designados por Trujillo a raíz de la entrada al gobierno de Max en el mismo puesto que le dejó a su hermano. Fue sustituida en el cargo por Abigaíl Mejía, desde 1933 hasta 1941, fecha de su deceso, y a la sazón flamante presidenta de la Acción Feminista Dominicana, embarcada en una colaboración estrecha con la dictadura a cambio del reconocimiento del derecho al voto de las mujeres, hecho que vino a materializarse en 1942 luego de que Trujillo entretuviera a las feministas durante casi diez años con ese caramelo que, como lo escribió Carmita Landestoy en su libro “Yo también acuso”, (Nueva York: Azteca Press, 1946), fue una instrumentalización del movimiento feminista para canalizarlo a la tercera “reelección” del dictador.
Este apodo de “las Madrilletas” aplicado a las hermanas Feltz aparenta ser un misterio filológico. Cuando PHU indaga sobre el paradero de Leonor, la discípula predilecta de su madre, las generaciones nuevas que sustituyeron a las de los Henríquez-Ureña de la época del salón Goncourt, así como la gente mayor que sobrevivió a Salomé y Francisco Henríquez y Carvajal, se habían esfumado. Es como si el apellido Feltz hubiese desaparecido de la memoria de los habitantes de las diecinueve cuadras del casco colonial.
¿Cómo se produjo la suplantación del apellido Feltz por el apodo de las Madrilletas? Aparte de entuerto filológico, es también entuerto lingüístico. Quizá de difícil pronunciación para la clientela del barrio, el apellido de Leonor y Clementina fue suplantado por uno de igualación silábica y un posible cambio de la oclusiva sonora g por la oclusiva ápico-dental sonora d. Pero hay lugar para preguntarse, ¿cómo supo la clientela del barrio que el apellido de Margarita Feltz, madre de Leonor y Clementina Feltz, hijas naturales de Dámaso Nanita, era Magrillet?
La profesora García Siragusa cita al finado Eduardo Matos Díaz, quien en su libro “Santo Domingo de ayer” (SD: Taller, 1984, pp. 84-85), describió “los ventorrillos” de la Capital “en el primer cuarto del siglo XX”, y quizá sea por esta cita que el genealogista y el investigador literario deban comenzar a fin de que emerja, del fondo del olvido, esta historia familiar de las Feltz.
Según Matos Díaz, «…estaba entonces la ciudad llena de ventorrillos. A la cabeza, por ser el más acreditado, se hallaba en de las Madrilletas, ubicado primero en la calle El Conde, al lado del Palacio Municipal, o sea, el de la torre del reloj público y después en la calle Salomé Ureña, entre la José Reyes y la 19 de Marzo. Se le llamaba así porque ese era el mote que el pueblo había puesto a sus dueñas, dos hermanas de apellido Feltz, según se me ha informado, su madre, natural de Curazao, era de apellido Magrillet.» ¿El pueblo, creador del mote? ¿Cuál pueblo?
Vuelvo a plantearme el enigma: si era Feltz el apellido de la madre, cómo viene a dar en Magrillet. ¿Cómo vino a parar a Santo Domingo desde Curazao? ¿A hacer qué? Ese apellido Magrillet plantea un problema: culturalmente es apellido francés. ¿Pudo ser Margarita Feltz haitiana, martiniqueña o guadalupeña avecindada en Curazao? ¿Es Magrillet una corruptela de Margaret inventada por la clientela del barrio? Si Rufino Martínez deja caer sutilmente que Dámaso Nanita era de posible origen haitiano, ¿es posible que la madre de las Feltz también fuera de origen haitiano? Misterios por dilucidar. Si Magrillet es posible corruptela, ¿no sería Matrillé una opción a tomar en cuenta? En fin, estas son conjeturas que en nada resuelven el enigma de las Feltz. No hay que fiarse de la filología espontánea de los ingenuos, sobre todo cuando existe el método filológico y el lingüístico, además de la historia cultural y la genealogía.
Por de pronto, he aquí el comienzo del epistolario entre esta mujer atormentada, atrapada en medio de dos siglos violentos y patriarcales, cuya vida es un misterio que la historia de la pedagogía dominicana nos devuelve hecho calle y escuela.
Aspiro a que algún devoto de Leonor recopile en un volumen sus escritos y se emprenda una búsqueda de sus huellas en archivos, revistas y periódicos dominicanos y extranjeros a fin de establecer su verdadera biografía que, talvez, la pobreza y los sobresaltos económicos de la vida impidieron que una intelectualidad capitaleña, con pujos “aristocráticos”, escribiera los hechos sobresalientes de la vida de la excelsa maestra y guía de dos grandes: Pedro y Max. El magisterio y la escritura fueron su vocación, pero incluso trunca esta última por los motivos que se verán en el estudio de la correspondencia entre Leonor y Pedro Henríquez Ureña, así como por las informaciones colaterales de la tía Mon (Ramona Ureña), me adentraré en la subjetividad de aquella peregrina digna de mejor suerte.

(*) Publicado en el suplemento Areíto, del periódico Hoy, el 15 de octubre de 2016 y reproducido con permiso del autor en Acento.com de la misma fecha.

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