Mujeres que sufren

Mujeres que sufren

Algunas mujeres deberían ocuparse de sus vidas cargadas de amarguras, frustraciones, resentimientos, despechos, soledades, abandono y detener la insana actitud, que les perjudica física y emocionalmente, de pasársela sufriendo la existencia ajena. Todo lo critican, son incansables metiendo la cucharita donde no las llaman, entrando a la fuerza donde no caben. Sus lenguas son misiles para llamar la atención a costa de sus mordaces comentarios porque sus cabezas son tan huecas que lo único que atrae de sus conversaciones vacuentes son las trivialidades de sus lengüitas ligeras atacando uniones, vestidos, poses, peinados, maquillaje, calzado, amistades de otras chicas que son blanco de su envidia sin que ellas tengan la culpa de su mala suerte, de sus fracasos públicos.

Si antes de salir de sus casas se pararan frente al espejo, comprobarían que sus caras son el reflejo de años contenidos de dolor porque no pueden ser como la compañera de trabajo, la vecina o la amiga a la que acaban sin piedad en sus charlas insulsas, superficiales, vanas, en las que cuentan con un auditorio de escasas traumatizadas, como ellas, que piensan atraer la atención con sus murmuraciones de desplazadas sin remedio. Estas desesperadas chismositas no han tenido valor ni tiempo para superar sus deficiencias, aceptar sus fallas y defectos ni para enfrentarlos o corregirlos porque para ellas es más sencillo vivir chequeando la paja en el ojo ajeno, sin concentrarse en sus enormes vigas que espantan.

Son insatisfechas enfermizas que no han podido triunfar en nada. No se dedican horas para tratar de mejorar sus pobres existencias cargadas de odio, desamor, inquina y saña contra el género humano. Adolecen de personalidad, son poco auténticas y por ese afán de vivir pendientes de los demás no se concentran en nada de lo poco que les dio la naturaleza, que han ido perdiendo porque los momentos que debieron invertirle lo ocuparon en lo que no les importaba.

Son jagüitas, pasitas arrugadas por el sufrimiento de lo bueno que ven en otras. Muchas van envejeciendo sin saber lo que es la deliciosa compañía de un varón ya que desde que se acercan a una pareja comienzan a desflecar a uno y otra y el tiempo no les alcanza para ponerse en plan de conquista.

Son manojos de nervios fijos en balcones y ventanas, orejeando en pasillos o brechando por las rendijas para pasar por las armas a sus víctimas en cada salida, con cada compañía, chequeando indumentarias o haciendo mentales inventarios de romances que aspiran y no materializan porque su descuidada apariencia, sus conversaciones cargadas de quejas y amarguras los espantan.

El estrés es su principal compañero ya que al tercer chisme la gente normal les deja el claro. A esta despreciable generación de acibaradas egoístas, sufridoras del triunfo que su ineptitud les impide cosechar, dolidas por un final de soledad que ellas mismas provocan, hay que orientarlas buscándoles psicólogos, psiquiatras, ayuda espiritual pero, sobre todo, es preciso enfrentarlas con el impermeable de la indiferencia o repitiéndoles el clásico letrero del viejo camión: “la humanidad critica, pero no mantiene”. Hay que andar protegido con oraciones eficaces que alejen sus vibraciones negativas y no dejar de cruzar los dedos en sus encuentros de pérdida de tiempo pidiéndole al Señor que cubra al atacado con su sangre preciosa y, si es posible, jamás retirarse del círculo donde ellas acaban con la humanidad sin decirles junto a sus frustradas contertulias: en su boca queda.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas