Mulos que engullen mariposas

Mulos que engullen mariposas

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Hace dos semanas fui a visitar en el hospital a un amigo de la infancia quien estaba sufriendo un severo quebranto de salud. Un hijo del enfermo nos explicó, a mí y a otra persona que se encontraba allí, que su padre fue sacudido por extrañas convulsiones y cayó al piso sin conocimiento; al caer se golpeó la cabeza contra la base de una columna. Cuando examinaron la herida comprobaron la rotura de dos huesos del cráneo.

Según parece, estuvo en coma durante algunas horas; luego mejoró y él médico le administró un sedante especial con efectos de larga duración. Nos dijo el muchacho que su padre pasó dos horas delirando. Comenzó haciendo ruidos inconexos semejantes a los gruñidos de un animal; después, expresaba quejas; finalmente, pronunciaba frases entrecortadas pero perfectamente inteligibles. El segundo día el hombre hablaba torrencialmente, como si dictara un discurso, con pausas dramáticas y cambios de entonación.

Como ven -dijo el joven, mostrando una cinta magnetofónica-, pude grabar lo que decía mi padre, sin él saberlo ni escucharlo. Quedó tan exhausto que el médico recomendó que lo dejaran dormir unas diez horas seguidas. Es natural que un tipo delirante diga disparates y relate sueños y temores, sustos de la infancia o fantasías retenidas por timidez y vergüenza. Sin embargo, este caso no es así. Se trata de una locura discursiva llena de verdades justas, de precisiones escalofriantes. Ustedes son periodistas y habrán visto muchas cosas durante sus vidas, pero esto que tengo aquí, con toda seguridad, no lo han oído jamás. Siento miedo al echar a andar la grabadora porque pienso que todo lo que salió de la boca de mi padre lo ha dicho otra persona oculta en su cerebro. Pero eso no es posible; carece de toda lógica.

“No hay cosa mas mala que morir quemado… y nos quemamos todos los días sin ningún amor, ni del que llaman propio, ni del que puede sentirse por los demás. ¡Es una isla pequeña invadida por una locura grande! “Este hombre” quiere conseguir un empleo de no trabajar: ha sido sereno, guachimán, inspector y espía; ahora desea ser militar para entonces obtener una jubilación oficial. La mujer dice que apostará mil pesos en la loto, pues “este hombre” no gana casi nada y no sabe aprovechar las oportunidades que le ofrecen los amigos. En todas partes se gana dinero: en las cárceles se obtienen ganancias mayores que en la calle; ¿qué ventaja tiene estar libre? En las cárceles puedes estar protegido y hacerte rico. En los tribunales circula el dinero a borbotones; para que llegue a tus manos solo es necesario revisar los archivos. Hay abogados multimillonarios que asisten a las audiencias con lujosos maletines y anteojos con monturas de oro. Llevan el Código Penal atado a una traílla, lo mismo que si sacaran a pasear un perro doméstico” .

“Un antiquísimo poeta griego llamado Esquilo afirmó que Jerjes, rey de Persia, fue castigado con la derrota de Salamina por haber ‘flagelado el mar’. Otro poeta griego, pero de este tiempo, George Seferis, explicó que el desacato de Jerjes, efectivamente, consistió en la ‘flagelación del mar’ y por eso el mismo mar le hizo perder la batalla. Quiere decir que existe una homeopatía de los castigos: si haces daño al agua, el agua se venga; si contaminas el suelo, la propia tierra ejerce la represalia. Las flagelaciones de nuestros políticos abarcan la tierra y el mar, los bosques y ríos. Son más pecaminosas que las flagelaciones infligidas a Cristo; al fin y al cabo el Cristo era una sola persona, un solo hombre, ya fuera hijo de Dios o adoptado por el Padre, según sostenía el hereje Elipando, obispo de Toledo. Ellos son capaces de flagelar multitudes, de despellejar sociedades enteras”.

“¿Cuáles serán los castigos múltiples que deberán caer sobre estos lideres indeseables? Una celebre elegía escrita por un poeta checo de lengua alemana sirve para revelar la magnitud de nuestro desamparo: ‘Quién, si yo gritase, me oiría desde el coro de los ángeles’.  No podremos recurrir, ni a los hombres, ni a los ángeles. No hay quien escuche nuestras suplicas en las lejanas esferas celestiales. Y acá, en la tierra, los hombres poderosos de otros lugares no están interesados en tantos dolores isleños, repartidos en partes iguales a lo largo de un vasto archipiélago. Una enorme recua, compuesta por mulos vernáculos, se alimenta todos los días con las yerbas que sembramos nosotros. Una vez hartos y satisfechos, esos mulos arrojan los excrementos sobre las calles, las escuelas, iglesias y tribunales. El aire público está saturado por el acre olor del estiércol. Si alguna inocente mariposa extraviada detiene su vuelo en los predios donde pastan los mulos, corre peligro de muerte. Es probable que cualquiera de los mulos, al arrancar con los dientes la yerba que come, engulla también a la descuidada mariposa”. En ese momento entró en la habitación una enfermera con silenciosos zapatos de goma y ordenó: es hora de que concluyan las visitas a los pacientes agravados.

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