Mundo globalizado. A comienzos de la década de los noventa del pasado siglo XX se suscitó una enriquecedora discusión hogareña que deseo relatar.
Se trata de una respetable familia cuya cabeza era la viuda. Cada domingo alrededor del mediodía se reunían todos los hijos para almorzar con su madre. La anciana jefa del hogar lucía algo incómoda porque el tema entre los hermanos se tornaba candente. Uno de ellos expresaba: Y si Saddam Hussein, jefe de Estado Iraquí decide invadir con su gran ejército a Kuwait ¿Cuál sería el resultado final? Las opiniones estaban divididas. Fue en ese momento cuando intervino la doña diciendo: Si Hussein desea entrar y se lo permiten pues que entre; si por otro lado decide lo contrario entonces que se quede fuera. A seguidas preguntó: ¿Dónde están situados Irak y Kuwait? Lejísimo, por allá por el Medio Oriente, responde otro de los hijos. ¿Y por ese problema tan lejano van a dejar ustedes que se nos enfríe la comida? Vamos todos a comer mis hijos y paren esa conversación.
No debemos culpar a esa ama de casa que no compraba combustible y probablemente no hacía compras en el supermercado, razón por la cual no sentía los efectos inflacionarios que vendrían si se abría un frente de guerra entre las principales naciones productoras de petróleo en el mundo.
32 años después se desata una guerra en la Europa del Este entre la Federación Rusa y su vecina Ucrania. Europa occidental con los Estados Unidos a la cabeza apoyan al Gobierno de KIEV. A más de un mes de lucha fratricida aún no se vislumbra una temprana negociación efectiva entre las partes que ponga fin a las hostilidades. Alemania, Francia, Italia y demás países occidentales han experimentado, luego del conflicto bélico, una subida en los precios del gas y demás combustibles. Las naciones que compran cereales a Rusia y a Ucrania están viviendo una escasez de dichos productos.
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La República Dominicana había mantenido un creciente flujo de turistas eslavos hasta que estalló el conflicto entre dos naciones hermanas. Hemos tenido visitantes varados en el polo turístico del Este, especialmente en Punta Cana. También hay inversionistas europeos que ya sufren las consecuencias de la guerra. Con la excepción de la industria bélica, a nadie conviene la prolongación o extensión del conflicto bélico. Los dominicanos residentes en el viejo continente han padecido el golpe de la pandemia a la que ahora se le suma la crisis en Ucrania.
El belicismo mundial debe ser reemplazado por la paz universal para bien de toda la humanidad. Las fuerzas sociales presentes en los cuatro puntos cardinales de la tierra requieren de una armoniosa convivencia para poder enfrentar exitosamente los retos del cambio climático, la pandemia y la pobreza.
Digamos no a la guerra, al tiempo que clamamos por la paz a nivel global, como salvadora consigna del futuro de la especie humana.