Munícipes distinguidos

Munícipes distinguidos

COSETTE ALVAREZ
Grapada a la puntual factura, a mi casa ha llegado una carta del Ayuntamiento felicitándome por el historial de pago de los doscientos pesos mensuales por el servicio de recogida de basura. No iba dirigida a mí, sino a la signataria del contrato, pero como soy yo quien la paga, me hice destinataria del contenido. Francamente, no sé cómo tiene el Ayuntamiento el tupé de declarar munícipes distinguidos a quienes pagamos por un servicio tan malo.

 Lejos de sentirme estimulada a seguir pagando con la misma religiosidad, me siento tentada a no pagar más, porque ahora, además de mal servida, me siento burlada.

Puedo decir que el camión pasa, con seguridad, una vez al mes. Efectivamente, desde el 24 de diciembre (¿cómo iban a dejar de pasar ese día?), los he visto dos veces. Y cada vez, pretenden que se les dé propina, como si nos estuvieran haciendo un favor. A eso, súmele la gran porción de basura que, más que recoger, riegan en la calle, el escándalo, la voceadera, la obstrucción al tránsito, los estrellones que dan a los tanques, déjenme repetir la exigencia de propina, el vaho, en fin, la desconsideración a los munícipes, no sé qué tan distinguidos, pero sí suficientemente pendejos para disponer de doscientos pesos al mes por un servicio tan arbitrario.

Eso ha dado pie a todo tipo de servicio privado, desde la camioneta que primero pasa voceando y luego pasa a recoger con mucho apego a su contabilidad, hasta el haitiano que viene con su carretilla cobrando desde veinte pesos, según el volumen de los desechos. El de la camioneta es como para escribir un cuento infantil. Hay que pagarle un depósito, aumenta la tarifa cada vez que así se lo indican los astros, rescinde los contratos unilateralmente, no devuelve los depósitos, bueno, ¿para qué les cuento? Pérdida total. No quieran verlo discutiendo con sus clientes, queriendo cobrar aparte basuras «especiales», como cajas de cartón o podas de jardín.

¡Una carta del Ayuntamiento! Es todo lo que me faltaba. Solamente puedo interpretarla como un paso hacia los planes reeleccionistas del honorable síndico. Que, por cierto, estoy loca por encontrarme con mis muy queridos amigos y conocidos que, por apego a sus principios antireeleccionistas, votaron por Leonel, en contra de la reelección del candidato de su propio partido, muchos de ellos considerando mejor votar por el mismo diablo.

Aunque nunca quedó claro si se trataba de una comparación entre el candidato ganador y Lucifer, lo cual pondría las elecciones a nivel de un rito satánico, está clarísimo que no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar. El nuevo gobierno no ha cumplido los seis meses en el poder, y ya la reelección es un tema en su agenda. ¿No van a pedir cuentas por eso? ¿Qué harán para impedirlo? ¿A quién apoyarán en esta ocasión?

¡Ah! Nosotros, los munícipes distinguidos, flexibles y tolerantes, que pagamos para que no nos recojan la basura, para que no nos sirvan energía eléctrica, para que el agua no llegue nuestros grifos ni podamos soñar en bebérnosla, para que las empresas de comunicaciones hagan de nuestra vida diaria y de nuestra precaria economía lo que les dé la maldita gana, y nos dejemos enviar cartitas de reconocimiento a nuestra idiotez, a nuestra ilimitada capacidad de dejarnos engañar, estafar, abusar y, no conformes, burlar.

No sé los demás, pero yo tengo la sensación de que me han sacado la lengua con esa carta. Yo no pago esa factura porque crea que el servicio pueda mejorar, sino porque está a nombre de otra persona y no tengo derecho a perjudicar su crédito, no vaya a ser que la pongan en la incalificable pantalla por mi culpa. Y no me molesto en poner ese contrato a mi nombre porque no tengo intenciones de pasar el resto de mis días en esta casa, en este barrio, con estos vecinos, no hablemos de lo descorazonada que salí por la forma en que me explicó el trámite del cambio de nombre la joven a quien pregunté una de las veces que fui a regalar mis doscientos pesos para que no falte dinero a la hora de pagar a los ejemplares regidores.

Sin embargo, no me siento burlada por los indicios reeleccionistas del gobierno de estreno. Ni siquiera sorprendida. Muy a tiempo aprendí que los peledeístas son «los buenos». Todo está bien cuando lo hacen ellos, y mal cuando lo hacen los demás. Son seres dotados, superiores, dueños de la verdad, de la solución de los problemas de la humanidad, a quienes este país les queda chiquito, pero son magnánimos y se inmolan por él y por todos nosotros, los distinguidos munícipes.

Y, hablando de distinción y honorabilidad, muchos de ustedes leyeron y algunos de nosotros escuchamos en vivo el lamento del presidente del Senado al declarar a los legisladores como víctimas de la prensa. Horas más tarde, creo que entendí el espíritu de sus palabras, cuando la ex presidenta de la Cámara de Diputados dio su testimonio de que ella misma no sería nadie sin la prensa. Todo esto, durante la conferencia legislativa de la Sociedad Interamericana de Prensa, en la que fueron muchos los temas que quedaron aclarados, ninguno de los cuales tenía que ver con la conferencia.

Me perdí la intervención del actual presidente de la Cámara Baja porque no tuve aguante para el molote que se armó a la hora del almuerzo y decidí pagar el mío en el restaurante del hotel, pero no creo que esa pieza fuera a cambiar mucho el resultado final. Aunque también fue la hora de los bochinches, la intervención de las mujeres marcó la diferencia, al menos las de Altagracia Salazar y Marisol Vicens. Del resto de la jornada, sacamos su comida aparte a Juan Bolívar Díaz.

Las partes simpáticas fueron las decenas de «¡siempre te leo!», la presentación que me hiciera un organizador ante un delegado internacional como una articulista «muy temida», el enorme y asqueroso traje que me cortaron algunos peledeístas presentes, y la proposición de matrimonio de un tipo que gusta de las gordas.

Mientras tanto, distinguidos munícipes, los plátanos están a doce pesos, el metro va, y ¡que siga el entierro!

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