Murano, cristal con historia

Murano, cristal con historia

No se sabe a ciencia cierta cuándo empezó la industria del cristal en esta zona de Italia, traída quizás por algún viajero conocedor del arte que también practicaban los romanos. Se dice que, ya en el siglo X, trabajaban en Venecia excelentes artistas árabes, gracias a las buenas relaciones de la Ciudad-Estado con el mundo oriental.

Murano era desde el siglo VII un próspero puerto comercial pero su auge empezó en 1291, cuando las autoridades venecianas ordenaron que toda la industria del cristal se trasladara a la isla, por el peligro de incendio que provocaban los hornos en la urbe principal. Ya entonces, los ciudadanos de Murano disfrutaban de amplios privilegios, pero a los artesanos del cristal se les prohibía abandonar la República Veneciana. En la Europa de la época, ellos eran los únicos que conocían el secreto de fabricar espejos. Incluso tenían previstos castigos ejemplares para los «desertores», como cortarles las manos. Sin embargo, en muy pocas ocasiones se aplicaron estas drásticas medidas.

Hoy en día ya no es una ciencia oculta producir objetos de cristal de diferentes colores y texturas, pero Murano sigue siendo un nombre que se destaca. La producción es totalmente artesanal, tanto en las piezas sopladas en las que se aprecian las pequeñas imperfecciones que las hacen únicas, como en las que utilizan tenazas y cizallas.

A veces, el artesano emplea esos instrumentos para moldear la masa incandescente y crear las figuras que le dicta su imaginación. Para ello, sólo dispone de unos pocos segundos antes de que la bola de cristal en bruto se endurezca al abandonar las bocas del horno. En ocasiones, el artesano debe introducir de nuevo la masa en el fuego para recalentarla y vuelve a repetir los mismos movimientos hasta que finaliza su obra. Una bola informe e incandescente de materia opaca se ha convertido mediante su habilidad en un objeto precioso de cristal transparente.

Los millones de turistas que visitan Venecia cada año se llevan al menos un pisapapeles, una figurita o un collar de cuentas de cristal tan finamente acabado que parecen piedras preciosas. La ciudad y la propia isla están llenas de tiendas donde se exponen las fantasías de los maestros cristaleros, quienes a veces trabajan cara al público modelando la masa de vidrio, dócil mientras está caliente, hasta que la convierten con pasmosa sencillez en los objetos más fantásticos.

COMPRAS

El comercio sigue floreciendo, pero siempre hay alguien que no está del todo conforme.

«Se nota que los estadounidenses no vienen tanto, por la caída del dólar», comenta a EFE Reportajes un comerciante de Murano señalando la escasa salida que tienen entre los europeos las piezas más grandes o las lámparas de brazos que han hecho famosas sus artesanos.

Dólar o euro, compras o no, merece la pena contemplar el colorido y las transparencias que saltan a la vista en cada esquina de Murano. La isla fue modelada a imagen de Venecia, incluso con su Gran Canal, y no deja de asombrar al viajero pensar que desde hace más de seis siglos, los venecianos exportan sus obras del más fino cristal a todo el mundo conocido. EFE-Reportajes

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