Murió de amor, el corazón roto

Murió de amor, el corazón roto

Es un secreto a voces: el estrés mata. Participé de una conferencia en línea (Webinar) auspiciada por la institución Cerebrum, que es un organismo de Neurociencia para el desarrollo humano.

Esta entidad que ya tiene representante en el país: la señora Yamira García de Silié. Sabemos que el cerebro humano tiene muchos estresores como: el duelo cuando perdemos a alguien, una separación afectiva, la pérdida del trabajo, sucesos negativos, el mismo coronavirus con lo vivido en esta pandemia, el cual nos ha causado a todos grandes momentos de estrés, angustias y desesperanzas.

Todas estas circunstancias adversas pueden desencadenarnos el «Síndrome del Corazón Roto». Precisamos que por el hecho de que todos estamos viviendo los estragos de esta pandemia no significa que todas las personas sometidas a este estrés o a estrés en sentido general van a desarrollar este síndrome de gran mortalidad.

Cada cerebro humano es individual y cada uno de nosotros tiene su punto particular de fractura. Recuerdo que antes se decía fulano murió de pena, murió de amor, hoy tenemos la explicación científica a esta grave alteración cardiaca de «romperse el corazón». Todo esto acompañado de ansiedad, depresión, alteración del sueño, etc.

Para que se produzca tiene que haber previos factores predisponentes. Con pesar, la mayoría de los que lo padecen son mujeres. Todos pasamos por dolor y estrés, todo rompimiento implica una etapa de estrés y un período de dolor, pero reaccionamos de manera muy distintas.

Este síndrome se llama científicamente Miocardiopatía de Tako-Tsubo, esta es una enfermedad descrita por médicos japoneses en los noventa.

Es una disfunción del musculo cardíaco; las fibras del corazón se alteran en su capacidad elástica y de contracción, es el área del ventrículo izquierdo que se dilata de manera anormal por la presión vascular ejercida por las sustancias estresantes que el cerebro segrega en la situación de severo estrés y de dolor «emocional» que lo hace «estallar».

En esas circunstancias el hipotálamo, el elemento rector de las hormonas y los neurotransmisores de defensa manda señales y se dispara el cortisol, el glutamato y la norepinefrina. Estas son las que nos ponen en pie de lucha, nos aceleran, disminuyen las sustancias del placer como los opioides cerebrales, que en los momentos felices nos dan la alegría que experimentamos.

Es decir, que el corazón bombeará más rápido, trabajará forzado por el aumento de la tensión arterial. Se produce también un hondo dolor, por estimulación de la ínsula anterior en el cerebro, es por eso que «nos duele», pues esta estructura guarda relación con el dolor físico y está en correspondencia con la corteza Cingulada Anterior, que es la que da la desagradable sensación del «displacer» que experimentamos en esas dolencias emocionales.

Se presenta el cuadro como un severo dolor de pecho parecido al infarto cerebral, pero en el infarto lo que hay es una isquemia (falta de sangre) en las arterias coronarias que irrigan el corazón.

En el Síndrome de Corazón roto es una importante dilatación muscular cardíaca, con la rotura del ventrículo izquierdo. Rara vez se le pregunta en la emergencia a los pacientes con ventrículos dilatados o dolores anginosos ¿cómo está su esfera emocional? Eso se soslaya y nos olvidamos del cerebro adolorido y triste.

En suma, hoy sabemos que el estrés violento, la inclemente angustia, y en particular, el dolor por rompimiento amoroso nos pueden matar.

Tratando este tema, me remonté a mi adolescencia y recodé un poema del gran JoséMartí, «La niña de Guatemala. Quiero, a la sombra de un ala, contar este cuento en flor: la niña de Guatemala, la que murió de amor… Ella dio al desmemoriado una almohadilla de olor; el volvió, volvió casado; ella se murió de amor… Se entró de tarde en el río, la sacó muerta el doctor; dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor… Callado, al oscurecer me llamó el enterrador; nunca más he vuelto a ver a la que murió de amor».

Hoy que sabemos que el estrés nos mata, máxime el afectivo-emocional, por ello, pospongamos para más luego esa hora del indefectible ocaso, esa del fúnebre crepuscular retiro involuntario, aprendiendo a manejarnos con el severo estrés. ¡Feliz y desestresado sábado tengan mis amables lectores!

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