Murió Wimpy

Murió Wimpy

Los grandes héroes del 30 de mayo fueron los que estuvieron en la autopista esa noche y enfrentaron al dictador a tiros. Pero, en adición, existió lo que se denominó “el grupo de acción”, entre cuyas funciones estaba el contactar a los norteamericanos buscando su apoyo, incluyendo la posible entrega de armas. Incluyó a Juan Bautista (“Gianni”) Vicini, los doctores Jordi Brossa, Luis Manuel Baquero, Aulio Brea y Rafael Hernández, Andrés Freites, Manuel Enrique Tavares y Donald Reid Cabral. Con la desaparición la semana pasada del norteamericano Lorenzo Berry (“Wimpy”), ya todos han muerto.
Wimpy llegó al país en 1947, trayendo ilegalmente aviones de guerra para Trujillo quien ese año lo envió a sobrevolar Cayo Confites, donde se fraguaba una invasión, pero ya en 1960, influenciado por su esposa dominicana Flérida Yabra, devino anti-trujillista. El ex Almirante Tomás E. Cortiña, quien ya era un complotador, le presentó a Ángel Severo Cabral y entonces decidió ir, acompañado por Flérida, cuyo “nom de guerre” fue “Elektra”, a ver al embajador Joseph Farland, quien les estimuló a involucrarse en planes para salir de Trujillo. El embajador le dijo que se había reunido con Trujillo para tratar de estimularlo a que abandonase el país y éste le había contestado: “Esta es mi finca. ¿Quiere que lo mate?” A Wimpy le dijo: “No sé cómo te las arreglaste para llegar aquí exactamente en el momento apropiado. Trujillo y Castro tiene que desaparecer. Tenemos alguna gente que puede organizar este asunto, aunque corren el riesgo de perder la vida durante el proceso”.
Luego Severo Cabral, en casa de William (“Billy”) Reid le habló del objetivo de Antonio de la Maza de matar al dictador. El supermercado de Wimpy’s en la Bolívar casi esq. Pasteur, entonces devino en el punto de contacto entre los complotadores, donde dejaban mensajes, a veces en tubos de aluminio de cigarros. Existe una fotografía de Roberto Pastoriza y Huáscar Rodríguez en ese supermercado.
Según Wimpy nos informó, las tres carabinas suplidas por el consulado norteamericano y que fueron utilizadas, entre otras armas, la noche del 30 de mayo, fueron entregadas por el Cónsul Henry Dearborn a Robert Owen, Jefe de Estación de la CIA, quien las pasó a una secretaria puertorriqueña, quien se las llevó a su casa, donde el 23 de abril de 1961, Wimpy y Flérida las recibieron allí, llevándoselas luego a Thomas Stocker, el que, a su vez las pasó a Antonio de la Maza. Fueron parte de las armas utilizadas el 30 de mayo. Para aquella época no existía embajada, por el rompimiento de las relaciones diplomáticas a mediados de 1960.
Wimpy nos explicó que los americanos no prometieron ninguna ayuda adicional, sobre todo en caso de un fracaso. Dijo que nunca se habló de sitios dónde esconderse y que la esperanza era que el ejército se levantaría en contra de los Trujillo y que el plan incluía poner a Balaguer en el poder, pero éste no estaba enterado del asunto.
Cuando Kennedy ordenó detener el complot, pocos días después del fracaso de la expedición de Bahía de Cochinos o Playa Girón, pues no quería más inestabilidad en el Caribe, la esposa de Dearborn fue al supermercado para pasar esa información a los complotadores pero esas instrucciones fueron totalmente descartadas por Wimpy y luego por los héroes, quienes explicaron que era un asunto solo de los dominicanos resolver. La fatídica noche del 30 de mayo, sabiendo lo que iba a ocurrir, Wimpy y Flérida estuvieron en el restaurante El Pony, en la Feria Ganadera, oyeron el tiroteo y avisaron al consulado norteamericano.
El 2 de junio Wimpy fue apresado brevemente e interrogado por el SIM, logrando salir del país el 15 de julio, pero teniendo que dejar a Flérida como rehén. Se quedó a vivir en Estados Unidos aunque hacía negocios con Santo Domingo y se quejaría de que cuando Balaguer llegó al poder en 1966, por venganza le quitó una propiedad suya.
¿Hubieran tenido éxito los héroes del 30 de mayo, sin las carabinas norteamericanas y el apoyo moral de Washington? Por supuesto. Fue la escopeta con cañón recortado, en manos de Antonio de la Maza, el arma más mortífera de aquella epopeya.

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