JOSÉ B. GAUTIER
Si en la República Dominicana existiera un Muro de Lamentaciones como en Jerusalén – lugar de convergencia religiosa de judíos, cristianos y musulmanes – donde pudiéramos desahogarnos de nuestras actuaciones equivocadas, comunicándonos directamente con Dios, sin importar nuestro credo político (sin darnos golpes en el pecho, sin recibir latigazos en la espalda, sin la intermediación de sotanas), quizás así la clase social dominante, aprovechando esa modalidad – hasta hoy intolerante a la crítica y acostumbrada a la impunidad – distinguiendo entre el bien y el mal, pudiera admitir, pidiendo perdón arrepentida, la verdad de las denuncias hechas últimamente en el extranjero por dos sacerdotes del Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes, acerca del sistema de trabajo esclavista impuesto tradicionalmente a los trabajadores ilegales haitianos (comprados en Haití y trasladados de contrabando al país) en la industria azucarera nacional.
Ahora es que esa clase social se entera y toma conciencia de la labor pastoral paralela realizada por la Iglesia Católica por años, cuando en una simbiosis político religiosa, en el país no existiendo una raya de separación entre el Estado y la Iglesia, evangelizaba a la fe cristiana a esa masa producto de ese tráfico de ilegales haitianos creyentes en los luases africanos, los dogmas religiosos de una iglesia inmersa clandestinamente en los quehaceres civiles a cargo del Estado, estar considerados por encima de la nacionalidad dominicana por políticos y eclesiásticos.
¡Qué extraño! Todo lo que denunciamos en el pasado sobre la firma por el presidente Balaguer del «Acuerdo sobre Contratación en Haití y la Entrada a la República Dominicana de Jornaleros Temporeros Haitianos», el 22 de diciembre de l966, en nuestros escritos publicados en la prensa nacional, desde hace cuarenta y un años, como una nefasta política agropecuaria, corrompida e inmoral, hoy sale a relucir como una luz al final de un oscuro túnel de engaños, mentiras e hipocresías entre la documentación desclasificada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos de América en un reporte fechado el 13 de julio de l966 (un mes antes de la toma de posesión de Balaguer) cuando cita:
«En el segundo párrafo del documento de dos paginas, la CIA dice que Duvalier recibió de Balaguer una propuesta para enviar a República Dominicana 45 mil cortadores de caña haitianos para la corporación azucarera dominicana.
A cambio Duvalier recibiría en su cuenta personal US$20 por cada bracero haitiano, es decir un total de US$900 mil. Entre las condiciones del trato se le requería a Duvalier que garantizara el retorno de los haitianos a Haití».
Información fidedigna clave registrada por los agentes al servicio de la CIA que monitoreaban el comportamiento de los gobiernos dominicano y haitiano para poder entender sucesos y situaciones desgarrantes que se prolongan hasta el día de hoy.
Existe otra monstruosa aberración jurídica firmada durante el gobierno de Antonio Guzmán Fernández sobre compra y tráfico de ilegales haitianos llamado Contrato Dominico-Haitiano de Reclutamiento de Braceros para el CEA (l978-1979) que representa una vergüenza para la sociedad dominicana.
Estos acuerdos internacionales forman parte de una cadena de hechos ilegales cometidos con abuso de poder que suman violaciones flagrantes a los derechos humanos de los trabajadores haitianos patrocinados, dentro de una onerosa cápsula de corrupción gubernamental, desde los mismos fueros gubernamentales dominicanos.
Ellos, como caballos desbocados, produjeron los polvos que hoy cubren de ceniza a toda la nación dominicana, justos y pecadores, acusada de sociedad esclavista.
El derrocado presidente haitiano, Jean Bertrand Aristide, en su discurso ante los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) en l995, tuvo el coraje de denunciar públicamente las violaciones a los derechos humanos de los trabajadores haitianos en los ingenios estatales.
Pero el pueblo dominicano sigue siendo manipulado y engañado por sectores de poder para hacerlo creer que la nación dominicana, inmaculada, paradisíaca, virgen, es víctima de una infame trama internacional que quiere desacreditarla.
La democracia dominicana necesita que sus medios de prensa escritos y digitales, radiales y televisados estén inmunizados con el suero de la verdad. Para algunos comunicadores no basta un Muro de Lamentaciones. Para ellos se necesita una prueba como el ADN para demostrar que esa criatura presentada en el exterior es la nuestra.
Y que es responsabilidad de todos limpiar la casa.