MúSICA MAESTRO
Tan cerca, pero tan lejos

MúSICA MAESTRO<BR><STRONG>Tan cerca, pero tan lejos</STRONG>

POR ALEXIS MÉNDEZ
Es cierto que en República Dominicana, apasionados de la música, y sobretodo de la música cubana, disfrutan de la timba, una manifestación que viene gestándose desde los años 70s, y que alcanzó la plenitud en los 90s, convirtiéndose en la espina dorsal de la expresión danzaría de estos tiempos en aquella isla. Es la viva atracción por el arte de Cuba, el cual se hace ley en todo el mundo, y al cual, los dominicanos nos negamos a dar la espalda.

Pero este es un imán que solo trabaja entre algunos círculos, donde se prestan discos de Van Van o de Ng La Banda, porque a decir verdad, la Timba, así como toda la música bailable de Cuba de los últimos 55 años es desconocida por el pueblo dominicano.

Es difícil, casi imposible encontrar en nuestras ondas hertzianas algún tema del «Médico de la salsa» o de la Charanga Habanera. Me atrevería a asegurar que en nuestros singulares centros de bailes (Colmadones, Car Washs y otros) nunca se ha «tirado un pasito» al compás de la orquesta de Yumurí. Estos son «nombres chinos» para la gran mayoría, porque a pesar de la cercanía con Cuba, no obstante la histórica amistad que nos une, estamos muy lejos.

Lo escrito puedes comprobarlo si vas a una tienda de discos, donde, si existe algún departamento de música cubana, solo encuentras a Benny Moré, al Dúo Los Compadres, al Trío Matamoros, a La orquesta Aragón, a Celina y Reutilio y tal vez a Pérez Prado. De lo escrito puedes darte cuenta al ver y escuchar una razonable cantidad de grupos musicales formados en Haina, Villa Mella, Villa Consuelo y Boca Chica, así como en Santiago de los Caballeros que solo hacen esa que llaman música tradicional cubana, con un repertorio basado en viejos sones y viejas guarachas. Además, estos conjuntos emulan los formatos orquestales imperantes en la Cuba de los años 20s y 30s.

A pesar del eterno compinche que existe entre cubanos y dominicanos (Martí-Gómez, Gómez-Martí), el bloqueo impuesto a Cuba nos volvió ciego ante las expresiones que fueron naciendo a partir de la segunda mitad de los 60s.

Mientras nacía el sonido de Formell, mientras «Changuito» experimentaba con su «songo», el único canal que hacía posible la relación dominico-cubana era la revolución encarnada por Fidel Castro. «Ahí si estábamos en la onda». Muchos jóvenes usaban la Barbas como el Che, y en lo musical, se estaba al tanto de todo lo que grababa Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Amaury Pérez, Santiago y Vicente Feliú (Mi amigo Chichí los llamaba Los Feliuses) y Noel Nicola entre otros.

En lo bailable no sucedió lo mismo. A partir de la segunda mitad de los 70s Nueva York empezó a erigirse como la más septentrional de las ciudades de República Dominicana: «Y todo el mundo comenzó a tener un primo allí». Aquel vínculo nos inclinó más hacia las orquestas de Nueva York, y en un segundo plano, hacia las del resto de Latinoamérica… menos Cuba.

Por otro lado, los dominicanos desarrollábamos un merengue moderno que andaba en manos de Joseíto Mateo, Johnny Ventura, Félix del Rosario, Wilfrido Vargas y otras figuras. Era un merengue que, por ser parte de «la cosa nuestra», estuvo en el primer lugar de popularidad a partir de 1965.

Fue así como terminamos el siglo XX: Bailando merengue, salsa y finalmente bachata (que también es nuestra), ignorando, por razones circunstancial, la cadencia de la timba de nuestro vecino.

(Continuará)…

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