(Parodia dedicada a Joseíto Mateo).
Su rasgo más relevante no fue siempre la arbitrariedad, aunque se decía que era descendiente directo del general Macabón. Y si bien su mandato en Nontropía duró muy poco, su influencia en algunas artes populares fue considerable. Tal vez lo más interesante y pintoresco de Coulembee era su ocasional gusto por la mezcolanza, contrastante, al mismo tiempo, de lo fino y lo grotesco. Tenía fama de bailar con elegancia y refinamiento, y tenía prohibido que los hombres, especialmente los militares, moviesen los hombros con amaneramiento, y que las mujeres diesen cadencias exageradas con cintura y glúteos, mandando dar nalgadas a las que retorciesen el vientre en público, aun en fiestas de enramadas. Tan exigente era con la música, que… “hay que tocarle como e’ para bailar, porque si no se va a encogonar”, (decía la copla) … “y a todos mandará a fusilar”. Un antropo-folklorista explicó que ese neologismo era un híbrido de “encojonar y enfogonar”, que reflejaba simultáneamente la reciedumbre y el respeto por las buenas costumbres del general, quien encontraba de pésimo gusto las vulgaridades y las palabrotas, especialmente cuando los merengues eran loas a su persona (no loases, porque él no aceptaba, al menos en público, tener nada que ver con vudú ni santería).
Coulembee era recio pero cortés, promovió la música popular en los bateyes y las barriadas de dónde provenía. Durante su mandato premiaba la “música de la gente de las raices”, y algunos juegos de “lechones”, roba-la-gallina y algunos otros juegos que mayormente eran copia de los bailes de máscaras de los “clubes de primera”, costumbre que provenía de Europa y que pocos pueblos del interior la tenían como cosa suya, aunque hoy tiene gran auge por el patrocinio de empresas licoreras. Cuando Coulembee balilaba, sus pasos precisos, acompasados, le daban la gracia y elegancia de un Joseíto Mateo. Cuando alguien le propuso llevar la música popular a los teatros de la Capital, Coulembee advirtió: “Sí, pero nada de rastrerías!” “!El pueblo tiene derecho a llevar su arte a las mejores salas de cultura, pero sin ofender la decencia, ni degradar las costumbres, ni mucho menos burlarse de los contribuyentes cristianos”. Añadía, que el arte popular debe aspirar al refinamiento, pero manteniendo siempre su “esencia y su sabor” (cuando pronunciaba estas dos palabras, lo cual hacía a menudo, gesticulaba con los dedos y la boca como quien olía un perfume o saboreaba una bebida noble). Y recordaba a todos, (con un truño de severidad), que a los niños y a los ancianos había que respetarlos, a unos sus por años y a otros por su inocencia. Los artistas populares deben ser portadores de lo mejor de su pueblo. ¡Aprendan de Mateo, un negrito decente! ¡Imiten a Valoy y a Ventura, siendo populares sin ser vulgares! ¡No escandalicen innecesaria y torpemente! ¡Porque si me hacen encogonar los saco por las orejas del Teatro Municipal!” Un crítico de entonces propuso el “Tirano de Oro” para la música y danza popular decentes.