Música y filosofía A Jacinto Gimbernard y Julio de Windt, con afectos

Música y filosofía A Jacinto Gimbernard y  Julio de Windt, con afectos

La metafísica es la poesía de la filosofía. Es decir, su música encarna en poesía: es metafísica poética. Los temas temporales son de índole metafísicos. Sin embargo, no se construye un discurso metafísico del pasado ni del futuro sino del presente. Por consiguiente, solo existe una metafísica del presente porque está condicionada por el tiempo, y como señala Borges, el tiempo es el tema central de toda metafísica. Es música en estado espiritual. No existe una metafísica del ser sino una metafísica del tiempo, ya que del ser se ocupa la ontología. En consecuencia, la metafísica no es sino experiencia temporal del ser. El tiempo transcurre como la música; es melodía invisible que fluye en instantes: duración móvil y fugaz que parpadea en el espacio. En efecto, la música es la medida del tiempo: sustancia y materia de la metafísica filosófica.
La música es forma, como la arquitectura y la escultura, pero también es idea. De ahí que no hay música concreta sino abstracta, aunque Schoenberg quiso hacerla, a través de la música aleatoria, atonal o dodecafónica, una especie de música serial, en la que apenas son perceptibles los tonos, y donde se escuchan las ideas de las melodías. Así pues, podemos decir que la música es un arte donde la idea se confunde con la forma, y de ahí su semejanza con la metafísica. Es decir, con el misterio y lo inefable de lo viviente. En tal sentido, Schopenhauer sentenció: “El mundo es música encarnada tanto como voluntad encarnada”. Para este filósofo pesimista -precursor de Nietzsche-, en la música “hay algo de inefable y de íntimo”. Si para Leibniz, la música es aritmética, para Schopenhauer es metafísica. Como se ve, algunos filósofos han tenido sensibilidad musical, en especial Theodor Adorno (quien incluso tocaba el piano), y otros que han escrito tratados de estética musical, en cambio, Kant (paradójicamente un alemán) la odiaba; también Víctor Hugo, y Napoleón, pero en este guerrero conquistador se comprendía. Schopenhauer, a pesar de ser un poskantiano, amaba la música, y la colocaba por encima de las demás artes. Para este autor de El mundo como voluntad y representación, las ideas se expresan a través de la música, y no al revés. Es decir, que el arte musical es una obra de la voluntad, una representación de la contemplación voluntaria. Para Denis Huisman, toda la estética de Schopenhauer está contenida en su frase: “El artista nos presta sus ojos para ver el mundo”. Para este pensador alemán, el arte -y en especial, la música- es la mejor vía para alcanzar el “conocimiento puro del universo”. Si para él, el mundo es doloroso, solo el arte actúa como antídoto -o elixir- para soportar los avatares y tormentos de la voluntad de vivir, y de ahí que su pensamiento filosófico descansa sobre una base budista, fundado en la meditación y la contemplación del mundo sensible. “Si la voluntad es dolorosa y la voluntad de vivir desgraciada, el arte será el mejor calmante, el reconfortante más seguro. A la vez tónico y consolador, el arte llegará al entusiasmo estético que suprime las ataduras de la vida”, afirmó.
Aunque parezca abstracta e invisible, la música es un lenguaje concreto; un arte temporal y no verbal, determinado por un instante acústico. En efecto, la música es una experiencia estética del sonido y el silencio, donde sus elementos compositivos representan los instrumentos que hacen posible y real el mundo sensible. Cuando oímos una melodía musical, vemos y sentimos, y al sentir, imaginamos y simbolizamos experiencias sensibles y temporales del sonido. La música pues nos permite sumergirnos en la forma de las cosas del mundo natural. Como lenguaje apasionado del sentimiento, es el arte en el que se realiza el mundo, en sus vibraciones temporales más íntimas.
La música es la voz de los sentimientos, cuya esencia metafísica de lo real transforma en un saber, y de ahí que se emparente con la filosofía, en tanto amor a una sabiduría especial. Si la filosofía es “amor a la sabiduría”, la música es amor al sonido. En tal virtud, Wagner dijo: “Lo que la música expresa es lo eterno, lo infinito, lo real”. Si Nietzsche, en su obra El origen de la tragedia, dijo que “el mundo sin música sería un error”, también para este pensador nihilista: “Solo como fenómeno artístico está justificada la existencia del universo”. Si bien Nietzsche se separa de su antiguo amigo Richard Wagner, su razón reside en que para él, Wagner despojó lo afirmativo de la música, posibilitando que haya caído en un estado de decadencia.
La potencia que posee la música de expresar la intimidad del espíritu le confiere una dimensión metafísica, que el romanticismo musical supo capitalizar. La perfección aritmética de la música fue lo que indujo a Arthur Schopenhauer a la convicción de colocarla en un espacio privilegiado de la sensibilidad humana, por encima de las demás artes, y a afirmar que: “Lo que la música nos da es la historia secreta de la voluntad”. Vale decir, que para este pensador, la música es la expresión de una fuerza consciente e íntima, pero libre, de la conciencia estética del sujeto, y de ahí que viera el mundo como la representación de una voluntad no divina sino humana. La música le prestó sus ojos para ver el mundo a través del sonido, pues al escuchar sus acordes, podemos ver, con el concurso de los sentidos, los ecos y las reverberaciones, las vibraciones y las resonancias de la naturaleza, en su estado temporal. Si el hombre hizo música, al oír el sonido de los árboles, el mar, los ríos y los pájaros, el músico transforma ese sonido puro en materia prima para organizar el caos del cosmos, en una sinfonía espacial de la temporalidad.
La música se alimenta de aire y de espacio, a pesar de ser un arte temporal. Su poética es la razón temporal que hace cantar al pensamiento. Así pues, idea y música se matrimonian entre el tiempo de silenciar y sonar, entre el silencio del espacio y el sonido del tiempo. Si Vasili Kandinsky vio en el color azul una sinfonía es porque en la música hay color. Y lo afirmó un pintor que buscó lo espiritual en el arte e inventó la pintura abstracta (aunque siempre lo negó), a través de los manchados. En efecto, entre la música y la pintura, el sonido y el color operan sinestesias que permiten la transferencia simultánea de lenguajes. Químicamente hablando, el color y el sonido se consustancializan, en una especie de cruce de lenguajes expresivos, tal y como lo observó Goethe, y otros teóricos de la física y la psicología del color. La música es un arte aéreo: se transmite en el espacio y el tiempo, en olas centrífugas y gravitacionales, y va de oído a oído, en notaciones, tonos y timbres, que adormecen y arrullan. Como arte temporal, produce en el auditor un estado trastemporal, en el que se machihembran la naturaleza y los hombres. Ese trance de la delectación acústica trasciende las coordenadas temporales del ser y el cosmos, en una introspección psicológica de la mente humana despierta.

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