Mutación: de inteligente a sabio

Mutación: de inteligente a sabio

EMIGDIO VALENZUELA MOQUETE
Aunque el título luce presuntuoso, y pudiera decirse que hasta pedante, en el fondo no lo es, pues su fundamento y explicación tienen origen en la filosofía de la vida, que lo libera de esos irritantes calificativos.

Resulta que hace un tiempo, en procura de definir lo que socialmente entendía yo que merecía (porque a mi humilde parecer siempre me he portado bien con la sociedad) escribí en este periódico, para promoverme, el artículo «Me ofrezco como notable».

Pero nadie hizo caso a mi ofrecimiento. Ni siquiera por conmiseración fui llamado para optar aún fuere como «Defensor del Pueblo» o como miembro de la Comisión de Notables, que son escogidos para supervigilar la Junta Central Electoral (JCE).

Luego recordé que un muy apreciado amigo me dijo, a manera de consejo, que en la vida «uno no consigue lo que uno cree que vale o se merece, sino lo que uno negocia». Eso tiene certeza en términos materiales; en mi caso mis dos principales activos son mis principios y mi dignidad, los cuales son innegociables. Porque así estoy en paz con mi conciencia.

Total, al desahuciarme como notable, como buen cristiano acepté con resignación y me aferré a la frase bíblica: «de que Dios solo obra para bien». Esa expresión fue un bálsamo. Me permitió cerciorarme de que mi holgura y disponibilidad económica no son suficientes para la inversión que demanda mantener ese digno estatus.

Comencé entonces a filosofar con mi existencia y decidí «buscarme» para con sinceridad «encontrarme» conmigo mismo y definir de forma fidedigna cuál era mi real rol en la sociedad en que gravito.

En esa «búsqueda» me encontré con estos pensamientos que han resarcido sobrada y abundantemente el «guayazo» que me dí al no ser admitido en tan exclusivo círculo.

«La muerte está tan segura de su triunfo que nos da de gabela toda la vida».

«La lectura de un libro es un dialogo incesante entre el libro que habla y el alma que contesta».

«Solo los Dioses del cielo no conocen de la vejez y de la muerte. Todos los demás se extinguen en el torbellino de nuestro amo: El tiempo».

«Es más fácil construir una ciudad que destruir un prejuicio».

«Mientras el ignorante está seguro de todo. El inteligente está lleno de dudas».

«Nada que vale dinero es caro».

«Lo que no quieres que se sepa no lo hagas».

«Una onza de discreción vale más que una libra de oro».

«Se puede vivir sin literatura pero no sin amor».

«El sabio no dice todo lo que piensa, pero piensa todo lo que dice».

A lo anterior agréguele la enjundia que entraña en su contenido la celebrada obra de Baltasar Gracián «El arte de la prudencia».

Muté. Porque a partir de esos sabios pensamientos que constituyen puras vivencias, les confieso que estoy a una esquina de la felicidad, que está en mí, no en la acera de enfrente, como suponían los griegos.

Mi mente anda libre de prejuicios. Trato de vivir ligero de equipaje. Y mi desempeño cotidiano discurre con el apuro del que le sobra el tiempo.

Me siento orondo. Recién cumplidos mis 60 años he descubierto que la vida se trata de un regalo que muchos no llegan a abrir. Que vivir la vida es un arte.

Entonces, ¿qué hago ahora? Vivir.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas