Muy cerca del ocaso

Muy cerca del ocaso

Muy cerca del ocaso, yo te bendigo, vida. Porque nunca me diste esperanza fallida,
NI pena inmerecida (Nervo)
Estamos en tiempo de elecciones. La lucha por el poder político, siempre dura, se cierra. Se torna angustiosa, insufrible, aunque algunos la gozan. Los ánimos se exacerban. Crece la esperanza por el cambio, por una segunda vuelta. Las expectativas se cifran en las urnas, cual lámpara de Aladino. Allí se hará verdad mi deseo. Toda ilusión es quimera.
Ninguna persona con derecho a voto deberá abstenerse. Votar es un deber y una obligación. La Democracia corre peligro. Todos debemos participar en la gran fiesta de la Democracia. De tu voto depende su salvación, se dice, se proclama, se anuncia como dogma de fe, exaltando las virtudes del pueblo, libre y soberano, sin culpa de sus miserias. Un pueblo que se debate entre la angustia y el miedo. Que defraudado por tantas mentiras, engaños, perversidades, ha perdido la fe en los partidos, en los políticos y en la democracia contaminada por transfuguismos, clientelismo, corrupción, impunidad. Por alianzas inmundas de partidos y partiduchos, sin razón de ser. Carentes de moral y nobles principios, como sus patrocinadores.
Se me hace difícil votar y estar en paz con mi conciencia. No me siento entusiasmado con lo que he visto, lo percibido. No me siento dispuesto a legitimar con mi voto una democracia vencida, atropellada, anacrónica, caricaturesca. No estoy convencido “de que no hay partidos creados con fines arbitrarios, o inadaptados a la realidad democrática”. De su bondad innata quisieran creer sus dirigentes. Sus defensores. Todo lo contrario. Lo vivido, lo que enseña la historia es que son esos partidos precisamente, negadores de la democracia, caudillistas, dictatoriales los que han sobrevivido mediante prácticas abusivas, arbitrarias, oportunistas, lejos de su misión cívica, educadora. No estoy dispuesto a hacerles el juego a ese pragmatismo egoísta, utilitarista, perverso. La democracia no es apariencia. Es mucho más profunda, más compleja, mucho más exigente que lo mero procedimental. Requiere un noble compromiso con la verdad, la justicia, la igualdad, firme y solidario, que no depende de mí voto aislado, de mi sola voluntad. Y, sin embargo, forma parte insoluble. Y ahí radica el dilema.
Mi voto, mi derecho al voto es valioso. No ejercerlo no conjura el mal que debemos combatir; todos juntos, unidos en una sola lucha, en un ideal de bien común, por bienestar del pueblo, por la verdadera democracia. Por el rescate de sus valores fundamentales. Por la ética y la moral política en todas sus manifestaciones, ya que sin ella es imposible la convivencia.
“Uno de los peores males que afrenta la democracia representativa, es el hecho de que muchos valiosos ciudadanos, precisamente asqueados y defraudados por el comportamiento de los partidos políticos, se abstienen de participar y dejan el campo libre a los defraudadores…” “Indudablemente una de las preocupaciones más acentuadas de la sociedad de hoy es que con la pérdida de prestigio de los partidos políticos, también se pierde la unidad de la vida nacional.” (“Ética en Política”, José Silié Gatón.) He ahí el meollo del problema.

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