¿Nacionalismo?

¿Nacionalismo?

Es cada vez mayor el número de dominicanos que da el salto. No me refiero a aquellos que, desafiando la muerte, toman las frágiles yolas para llegar a tierra puertorriqueña. No.

Hablo de la cantidad de criollos que, ya provistos de residencia extranjera, adoptan la ciudadanía estadounidense, de una nación europea o de los Países Bajos.

Hombres y mujeres de todo el mundo han viajado de un continente a otro en procura de salvar sus vidas, abandonan el lar a causa de las guerras fraticidas o, lo que es peor, para escapar de una hambruna.

Naciones desarrolladas acogen centenares y miles de refugiados por causas políticas, religiosas o económicas.

Países hermanos, como Venezuela, Costa Rica, Puerto Rico y México fueron en otros tiempos grandes receptores de quisqueyanos que encontraron en esas tierras generoso albergue. Pero los actuales son otros tiempos.

República Dominicana no vive hoy etapas ya superadas del crimen o la persecución política, aunque tenemos pendiente enormes deudas con la sociedad, como sería una mejor distribución de las riquezas, que devuelva esperanzas y sueños a nuestra gente.

Entiendo que todo ser humano tiene absoluto derecho a optar y aspirar a una mejor vida. De acuerdo.

Extraño, en cambio,  que gente que ayer exhibía posturas nacionalistas y de franca defensa a las libertades patrias, cambie de chaqueta y asuma un nacionalismo más ardiente que los enarbolados por Washington, Lincoln o Kennedy.

Juan Pablo Duarte vivió el destierro, pero nunca jamás hipotecó su nacionalidad, sus principios y el intenso amor que sentía por el suelo patrio.

A veces, al procurar exiguas ayudas, perdemos la identidad.

La supuesta buena vida a veces nos conduce a enterrar la memoria histórica, escudándonos en la mala memoria criolla.

¡Cuántas debilidades! 

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