Naciones demoradas

Naciones demoradas

DIÓMEDES MERCEDES
A la República Dominicana como casi todos los países con un pasado colonial y un presente de aguda dependencia y pobreza de su población nativa, se les denomina como país subdesarrollado. El calificativo no nos conviene, nos hace pensar que somos éso, que irremediablemente nos conduce tarde o temprano a la inviabilidad o a regalarnos por una tutoría que como la actual nos despoja, pudiendo ser diferente si nos guiáramos con otros paradigmas y no bajo éste que nos deprime.

 La autoestima es determinante para nuestro carácter y nuestro ser como pueblo y nación, proceso estancado en nuestro caso. Si queremos ser, debemos quitarnos del sombrero y de nuestras cabezas el ticket del subdesarrollo y sustituirlo por el concepto de nación o de naciones demoradas. Este  nos estimularía a asumir una reanimación hacia las metas que deben construir la nación, que ha de ser nuestro pueblo en el 2025 como agenda común.

Hoy la agenda existente para esa fecha es la que elaboran núcleos de interés privado para controlar el Estado y servirse particularmente de él, excluyentemente. Tal idea es desestabilizadora y nos obliga al autoritarismo mezclado con demagogias y populismo, nuestro círculo vicioso.

 El 2025 debe ser la meta del interés dominicano general, consensuado y pactado, en el Proyecto de Nación, no sobre ni contra el de los particulares, sino que los incluya sectorialmente por vía de un pacto  social, aquí inédito históricamente, que nos organice, involucre a todos y nos discipline, institucionalizándonos por la razón o la fuerza de la presión legal y colectiva.

 Este proyecto nacional debe ser estable, cual sea el gobierno que lo administre, y satisfactorio, de modo que compense igualmente los sacrificios de cada cual por convertir lo que actualmente tenemos en una nación que además de ser patria, sea una grande y diversificada empresa rentable para cada ciudadano, para el capital nativo y la inversión extranjera comprometida con nuestro país y que asuma nuestro futuro e identidad.

La globalización que nos ha sido impuesta puede igual revertirse contra las intenciones de sus promotores. Ella nos brinda la oportunidad de mercados de productos calificados y de tecnologías avanzadas, de alta rentabilidad igual que agregarle valor a nuestros recursos naturales y a nuestra producción agro-industrial, multiplicar varias veces la generación de empleos y liberarnos de la compra de gran parte de los productos terminados comprados a EE. UU, superar el PIB con una distribución justa, calificar la educación, superar los conocimientos poniendo en órbita el desarrollo de nuestra nación situada geográficamente como una Fenicia moderna entre todos los mercados. Pero hay que tener coj… políticos para acometer la empresa.

 La tarea no espera. Aunque EE. UU. siempre será un socio obligado, directo o indirecto, de nuestra economía; según nuestras políticas, nos hará bien, mal o peor mal. Su repliegue de Irak donde su situación es militar, política y económicamente insostenible, y también el avance económico de la nación China disputándole primacía, lo volcará sobre nuestros territorios para hacernos pagar los platos rotos.

 Caerán sobre nosotros más agresivamente que las experimentadas maneras de intervención y expansionismo. Su Ejército, con el beneplácito y complicidad de gobiernos títeres, nos gobernará de facto. Ya tenemos ensayo de esa política en Barahona con inverosímiles alegatos de su embajada, del Presidente y de nuestros generales.

Aún con la guerra de Irak los Estados Unidos, a nosotros nos pueden intervenir, desastrosamente para nuestra independencia y para el desarrollo de un Proyecto Nacional y que conste, necesita hacerlo:

1ro. Para culminar el proyecto de integración de Haití,

2do. Convertir la isla en una factoría surtidora de su mercado con mano de obra profesional y manual con materia prima local barata y

3ro. Para usar el territorio como base militar para atacar o presionar vecinos cuya existencia niega su hegemonía.

Si fatalmente sucediera así la demora histórica y la arritmia a la cual aludió Juan Bosch, se prolongaría con incalculables daños fruto de una secuencia de gobiernos que la prudencia pide no calificar.

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