Agradezco ser tan corto de entendimiento que no comprenda la euforia de algunos, ahora que República Dominicana va a ocupar, u ocupa ya, la Presidencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
A mí me enseñaron que es preciso indagar, hurgar, buscar en las acciones, en las manifestaciones de personas e instituciones, antes de juzgar si es bueno o si es malo lo que puede suceder. En una palabra, me enseñaron a mantener un compás de espera y me enseñaron que los países grandes son como los peces grandes: se comen al chiquito.
La creación de un organismo con alcance mundial se logró en 1945, inmediatamente después de que terminara la segunda guerra mundial.
Amparados en la retórica de la paz y vistos y sufridos los crímenes y atrocidades cometidos en esa conflagración, los países pequeños fueron llevados, por el espejismo y por el narigón, a participar en Naciones Unidas.
El sueño de crear ese organismo mundial se comenzaba a construir, pero como perro no come perro, las naciones poderosas se reservaron el poder de decisión para los problemas y discrepancias mayores.
En Naciones Unidas, el poder lo tiene Estados Unidos que vistió, con la bandera de Naciones Unidas, al ejército norteamericano que participó en una diferencia entre las dos Coreas. También en la no intervención en la guerra de Vietnam.
Las incursiones en otros conflictos en los cuales las tropas de las boinas azules trabajan en favor de lo que le interesa a Estados Unidos, para muestra la intervención en la región de los Balcanes para crear la República de Kosovo, un invento absurdo.
La experiencia dominicana de 1965, es reveladora de para qué sirven las Naciones Unidas.
Estados Unidos, como siempre, se ensució fuera del cajón e intervino en un asunto interno de República Dominicana, porque los “intereses nacionales” estadounidenses los compelen a usar la fuerza cuando entienden que está amenazado su poderío y su modo de vida.
Esas incursiones imperiales son realizables con facilidad, cuando se trata de países pobres, políticamente débiles y económicamente dependientes.
Cuando los americanos intervinieron en Santo Domingo, en 1965, la Organización de Naciones Unidas jugo un indecoroso papel de segundón, que intentó, con poco éxito, mediar entre las partes para hacer buena la Carta de Naciones Unidas que favorece la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos siempre que el ejercicio de o mismos cuente con el visto bueno de Estados Unidos.
Resuenan en la historia las excelentes intervenciones del embajador soviético Fedorenko y las palabras vibrantes del embajador constitucionalista ante la ONU, Rubén Brache. Palabra, palabras, palabras, mientras, el mango de la sartén era sostenido y manejado por Estados Unidos ¿y usted espera que ahora va a ser diferente?