Nada aprendemos de la historia

Nada aprendemos de la historia

POR SERGIO SARITA VALDEZ
En momentos en que se percibe un descalabro total del país debido al desplome del sistema energético, precedido por una galopante inflación, a lo que se agregan la crisis sanitaria, la merma en la producción de bienes y servicios, así como la inseguridad ciudadana, acompañadas de una terrible sensación de desamparo total, nos obligan a buscar en los anales de la historia los eslabones que nos ayuden a comprender las razones que expliquen el lodazal en el que se nos ha metido.

Luego de transcurrido el proceso electoral reciente de mayo ha sucedido toda una secuencia de hechos negativos responsables de la angustia y desesperanza por las que pasan muchas familias criollas. Los tres meses de transición gubernamental se sienten como los más largos en la memoria contemporánea de los dominicanos. Estas graves distorsiones sociales son el producto de una pésima conducción del Estado por parte de las actuales autoridades que han propiciado la devaluación de nuestro signo monetario y la consiguiente carestía de vida jamás vista en nuestro territorio.

El manejo alegre de las finanzas públicas conjuntamente con el carnaval de préstamos internacionales ha llevado al gobierno a una situación de insolvencia que lo ha convertido en mala paga que rehuye el honrar los compromisos contraídos a nombre de la república. El peso ha sido devaluado de una manera tal que hoy no alcanza siquiera para adquirir un tercio de lo que compraba hace tres años. Revisando unos trabajos escritos por el profesor Juan Bosch y publicados en 1986 en forma de libro titulado «Capitalismo tardío en la República Dominicana», se cita la página 406 de la obra de Estrella Gómez, la cual lleva como título «Monedas Dominicanas», en donde el general de divisiones Ulises Heureaux, ministro de interior del gobierno en transición tomó esta decisión: «Considerando que puesta en circulación forzosa, por el general Cesáreo Guillermo la cantidad de dos mil pesos en moneda de níquel con el mismo valor nominal que los quinientos pesos expedidos y garantizados por el ilustre Ayuntamiento de esta Capital, se generalizó en ella su aceptación en todas las transacciones comerciales.

«Considerando que la circulación de una moneda cuyo valor intrínseco no corresponde al nominal, es una permanente amenaza de ruina, y que es deber de los encargados del Gobierno velar porque la buena gente no sea sorprendida por una especulación de carácter alevoso, RESUELVE: 1o. Mientras el Gobierno de la República disponga la amortización y modo de efectuarla, de la expresada cantidad de moneda de níquel, ésta se aceptará en la Capital así en las transacciones comerciales como en pago de todos los derechos fiscales. «2o. El remanente que existe en propiedad de la caja municipal, será conservado en su tesorería bajo su propia garantía. 3o. «Con el fin de evitar que en lo sucesivo venga otra disposición arbitraria a imponer la corriente circulación de una moneda cuyo valor intrínseco no corresponde al nominal, los cobres que existen depositados en la Contaduría general de hacienda, serán echados públicamente en el mar…»

Comenta don Juan que esa debió ser una medida dictada por un jefe de Estado y no por un ministro de interior, lo cual a su entender prueba que todavía no contábamos con una clase gobernante que impusiera las reglas del juego en una sociedad con un desarrollo capitalista tardío. Más adelante sentencia Bosch: «Cuando tomaba la decisión de echar al mar las monedas de níquel acuñadas en 1879, Ulises Heureaux, que iba a ocupar poco después el lugar de la inexistente clase gobernante, no sospechaba que once años más tarde, a instancias suyas el país iba a ser cubierto de monedas de papel, una materia más perecedera y de mucho menos valor que el níquel; estas serían las llamadas papeletas de Lilis… Esos billetes iban a ser conocidos con el nombre de «las papeletas de Lilis», y estaban llamados a jugar un papel muy importante en la historia de nuestro país, tan importante que a ellos se les achaca, con razón, por lo menos hasta cierto punto, la muerte del dictador, porque su pérdida constante de valor fue un factor decisivo en la crisis que le costó la vida a Heureaux. La desvalorización de las papeletas de Lilís se debió a su abundancia porque allí donde hay más moneda que producción de las mercancías de consumo general la moneda pierde valor y debido a esa pérdida de valor hay que emplear más dinero para comprar la misma cantidad de mercancías»

Ciento cinco años más tarde, Hipólito Mejía repite la imprudencia político-financiera de Lilís, razón por la que no pudo retener el poder democráticamente. Ahora resabioso por lo del revés electoral deja el barco a la deriva.

¡Nada aprendemos de la historia!

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