Nadie calzó la zapatilla

Nadie calzó la zapatilla

VLADIMIR VELAZQUEZ MATOS
En el verdadero cuento de la Cenicienta se narra un hecho sangriento siempre soslayado en las diversas versiones impresas y cinematográficas (incluida la edulcoradamente bobalicona de Walt Disney), para potabilizarla a la ingenuidad parvularia -y la no tan pueril de los censores-, ya que en la divertida historia, cuando se andaba buscando con ansiedad de un lado para otro del reino a la verdadera propietaria de la grácil y pequeña zapatilla de cristal abandonada en el baile del príncipe, al tocarle el turno para medírsela a las doncellas en la casa en donde vivía la bella pero atribulada muchacha con sus medias hermanas y madrastra, éstas, intentando calzarse infructuosamente con sus enormes y ordinarios pies la delicada pieza, se mutilaron los dedos y talones forzando entrar los muñones sanguinolentos en la boca del calzado, mientras su dueña, impotente, permanecía prisionera en el cobertizo.

Y así como en el gracioso pero cruel cuento de hadas, de sorpresa en sorpresa, nos encontramos con la declaración lapídaria del investigador colombiano Félix Angel, quien junto a la doctora Shifra Goldman y el ceramista y fotógrafo Thimo Pimentel, declararon desierto el gran premio del XX concurso de artes visuales de E. León Jimenes, en donde el colombiano con talante decepcionado dijo, citamos: «Observamos que en algunas obras la preocupación por la tecnología avanzada es mayor que el concepto. Entendemos que la utilización de la tecnología contemporánea debe ser bienvenida pero no al costo de sacrificar la originalidad y la creatividad».

Y se preguntarán ustedes, amables, amables lectores, ¿cuál es la relación entre la Cenicienta, el XX concurso de E. León Jimenes, la nulidad para el premio principal y la dura declaración del jurado de premiación?, a lo que nos aventuramos a aseverar con una simple palabra: ¡farsa!.

Con esta afirmación no queremos acusar a E. León Jimenes, pues sabemos que a lo largo de muchas décadas ha sido un promotor y protector de primer orden de los valores más genuinos y positivos de todas las manifestaciones del arte y de la cultura, siendo un constante patrocinador de los concursos bienales que llevan su nombre, en momentos en que las bienales nacionales orquestadas por el Estado se hallaban paralizadas por la ineficiencia y falta de recursos, manteniéndose ellos, E. León Jimenes, con esa fe y arrojo a los valores dominicanos que ellos han profesado ejemplarmente, llevándolos a crear un centro cultural que en nada tiene que envidiar a los mejores y más bellos del mundo: «El Centro León».

Pero una cosa es reconocer esos grandes logros en beneficio de la cultura de nuestro país, y otra muy diferente, y es ahí, según creemos, lo lamentable del caso que nos mueve escribir estas cuartillas, que en un concurso tan prestigioso en donde participan los talentos más señeros de la plástica nacional, se cobijen, cual parasitarios hongos adheridos a los tallos de frondosos árboles, una serie de personas que son las que sempiternamente mantienen a capa y espada, las tendencias que privilegian a unos por filiación clánica, y otros, que representan a las modas importadas de la transvanguardia, que han dañado, sino de muerte, gravemente al arte dominicano.

Decimos esto con responsabilidad, sin que nos tiemble el pulso a denunciarlo y aunque algunos se rasguen con falsa indignación las vestiduras, porque ya está bueno de jugar con la inteligencia y buena voluntad de nuestro público, con los patrocinadores de los concursos y, muy particularmente, con los muchos artistas de talento que produce este país.

Quien suscribe estas líneas junto con su esposa, la también artista plástica Verouschka Freixas, participamos en esa bienal con obras de mucha dignidad, obras gestadas con esfuerzo, sacrificios y originalidad (porque trabajar el arte serio, con oficio, en estos tiempos de caos y desconcepto, demanda no pocas condiciones y energías), en donde si bien no aspirábamos a ganar, puesto que eso son palabras mayores y depende del criterio del jurado, por la menos tienen nivel suficiente para participar en buena lid, y cuál no fue nuestra sorpresa, junto con la de muchos otros artistas (algunos de ellos de gran renombre a nivel nacional), cuando fuimos rechazados.

Indudable algunos nos tildarán de arrogantes o prepotentes, pues a los concursos se va a eso, es decir, a participar, y si no se posee las suficientes condiciones y nivel, a ser eliminado. Pero lo extraño es que en la selección se privilegie más un lenguaje sobre otro (la fotografía digital o fotoshop) y a los llamados «inevitables» por sobre mucha gente de valía, como quienes en el caso particular de nosotros (aunque pequeños de inmodesto) y de nuestra compañera, insistimos, nos esforzáramos para llevar una obra digna a ese concurso.

Por esa razón, nos parece sospechoso que el jurado de selección, conformado por dos miembros que anteriormente habían participado como concursantes en el mismo (al extranjero no lo conocemos), y que siendo a las claras compromisarios de esos clanes, se les dé la potestad para decidir quién va y quién no (tal vez si ese jurado seleccionador estuviese conformado en dos terceras partes o en su totalidad por personas ajenas al medio nacional, no pondríamos objeciones), haciendo, como en el caso de la Cenicienta, quien malvadamente estaba encerrada por sus hermanastras para que no se probara la zapatilla, el jurado de premiación no pudiese, al carecer de otros referentes, privilegiar a los «amiguitos», saliéndoseles a los responsables de la organización el tiro por la culata, ya que a sus pupilos, al no reunir las condiciones necesarias, se declaró  desierto el máximo galardón.

En conclusión, el evento salió perdiendo, lo mismo que la plástica, sobre todo la cultura, y sólo porque un grupo cree que debemos estar a tono con el vandalismo artístico e intelectual globalizado y que responsablemente han denunciado personalidades de la categoría artística internacional de Botero, Morales y Szyszlo.

Se hace necesario, sin embargo, para poner en evidencia a quienes se han erigido en los dueños del saber en el arte, que todos los artistas nos acerquemos, y tal como se realiza en otros países, organicemos una exhibición de los «rechazados», lo cual, como cuento de la Cenicienta, pondría de relieve que la zapatilla que no entró en los muñones de las hermanastras, la pueden calzar quienes profesionalmente le imprimen a sus obras un sello inconfundible de originalidad y el rigor artístico.

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