Nadie pensó que existiera tanta lujuria en  funcionarios de EEUU

Nadie pensó que existiera tanta lujuria en  funcionarios de EEUU

El desprecio fue la reacción de mucha gente, mientras que otras personas se deleitaron con la sensación de superioridad moral.

 Pero entre otra gente, yo he sentido una respuesta diferente, más ansiosa, a las discordantes revelaciones o acusaciones, en el curso de poco más de una semana, de que un gobernador recurrió a los servicios de prostitutas de lujo; de que otro pudo haber disfrutado negociaciones bisexuales trilaterales con su esposa y su chofer; y que otro más, al intervenir para controlar los daños, había salido más de una vez con su propia esposa, que también se había descarriado.

 La cosa es ésta: ¿el resto del país está en punto muerto en el carril de sexo lento? Y viéndolo bien, ¿siquiera estamos en la misma autopista?

 Es broma, más o menos, pero el hecho es que Eliot Spitzer, James McGreevey y David Paterson, entre otras contribuciones a la vida pública, han aportado una medición conductual tan perturbadora como cualquiera que hayan producido Alfred Kinsey o Masters y Johnson. Han puesto de relieve nuestro poco dominio de lo que ocurre adentro y afuera del matrimonio, haciéndonos sentir como tontos protegidos.

¿Quién hubiera sospechado que habría tanta lujuria en las capitales estatales? ¿Cómo se le fue ese barco a la cadena Bravo? ¿Debería estar grabando «Las verdaderas amas de casa de Trenton», o de Albany o quizá incluso de Cheyenne y Juneau?



   En las sobremesas, en las mesas de conferencias y en los gimnasios los chistes corren y el habla no es tan magnánima como lo es en los noticieros, donde tampoco es muy magnánima para empezar.

 No se trata sólo de carreras políticas truncadas y de fondos de campaña saqueados. Se trata de la libido y de límites. De a dónde van los mujeriegos, de lo que ansían y de cuándo entran en acción los condones.

Un amigo que acaba de regresar de una despedida de soltero en Las Vegas me dijo que, al principio del fin de semana, el grupo de diez juerguistas hizo una encuesta inspirada en en los hechos de actualidad: cuatro de ellos habían pagado por tener relaciones sexuales. Hacia el final, el número había subido a seis. Eliot Spitzer, ejemplo a seguir.

 Otro amigo me contó la siguiente conversación de oficina: una mujer de poco más de treinta años se preguntaba porqué le ofrecían tener relaciones gratis, cuando que podría cobrar 3,000 dólares; un joven veinteañero se preguntaba si su vida sexual, en comparación con la de los estadistas, era «tan emocionante como la mitosis».

 Y una amiga me dijo que no podía evitar sacar la conclusión de que el apetito por la variedad le gana a cualquier costumbre social, y no podía dejar de rumiar sobre la fragilidad del ego masculino, que debe apuntalarse con sexo pagado con extrañas que buscan sólo la ganancia.

 Me he enterado y he estado presente en más de unos cuantos obscuros debates sobre los flirteos extramaritales que puedan ser perdonables, si es que los hay, y los que no. Si la fidelidad es una norma según la cual la gente realmente cree que pueda vivir, o sólo un mito en el que la mayoría de la gente hipócritamente dice creer.

 He escuchado estupefacción en las voces cercanas. Y un poquito de envidia, también.

 Necesitaba la orientación de un experto y recurrí a Tom Perrotta, novelista cuya ficción ha descifrado el desorden oculto en las vidas privadas. Pero en una entrevista telefónica me confesó que también él se sentía abatido.

 «Tengo que entrarle al negocio de la política», aseguró Perrotta.

Debajo de ese chiste estaba el reconocimiento serio de un mundo más desinhibido de lo que incluso un imaginador profesional como él puede imaginar.



 Es difícil averiguarlo.
Por un lado, observó Perrotta, los sitios de Internet y los periódicos alternativos están llenos de anuncios de acompañantes. Y por el otro lado, «al menos en mi círculo, nadie dice: ‘La otra noche estuve con una excelente acompañante’. En una sociedad que aún parece confesional, al parecer todavía hay muchos secretos».

Algunos han quedado más claros; otros siguen borrosos. Aunque McGreevey, el ex gobernador de Nueva Jersery, no ha refutado las declaraciones de su otrora chofer, de que participó en situaciones sexuales con él y con su ahora separada esposa, Dina Matos McGreevey, ella sí lo ha negado. Sea cual fuera la verdad, lo que no puede disputarse es el fracaso del ex gobernador para la monogamia, es decir, su doble vida.

 ¿Qué otras dobles vidas llevan otros?

Es una pregunta que ha surgido muchas veces antes y no sólo en la prensa amarillista. Allá en 1968, la revista Time consagró un extenso artículo de portada a la publicación de la novela «Couples», de John Updike, que presentaba a un mimado pueblo de adúlteros empedernidos.

Años después, películas como «Fatal Attraction,» «One Night Stand» y «Unfaithful» reflexionaron sobre los juegos que se juegan cuando no está el cónyuge y los estragos que pueden causar.

Y además ha habido políticos y moralistas expuestos, como Bill Clinton, Larry Craig, Jimmy Swaggart y Ted Haggard.

 Claro, el espejo que ellos le muestran a la sociedad puede estar terriblemente distorsionado. Es posible que sean llamados de nuevo al púlpito por una necesidad extrema de afirmación, que también se manifiesta en formas menos caballerosas. Ese poder los cegó hasta dejarlos vulnerables. Son temerarios no representativos, cuya audacia es una bendición y una maldición al mismo tiempo.    Pero, ¿exactamente qué tan vana y qué tan fantástica?

 Estamos pegados al aparato de televisión, esperando noticias que presenten las salas del gobierno como el cuarto verde del programa de Jerry Springer. Echamos miradas sobre el hombro de nuestros colegas, más curiosos que nunca.

Zoom

Otros grandes han caído por el sexo

El ex presidente de los Estados Unidos, William Jefferson  Clinton (Bill Clinton)  paso por una cuestión similar que puedo en su momento hacerlo dimitir de la presidencia de la nación.

Clinton mantuvo una relación con su empleada Mónica Lewinsky, que al principio los dos negaron, pero que luego se determinó que habían tenido un romance.

 Hoy Lewinsky tiene 34 años de edad mientras que el ex mandatario tiene 61.

Días contados en política

 El senador republicano Larry Craig tuvo sus días contados en la política tras acosar sexualmente a un policía.

 En otro caso, el predicador pentecostal Jimmy Swaggart fue fotografiado junto a la prostituta Debra Murphree en un motel.

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