Narrativas de la frontera a los barrios

Narrativas de la frontera a los barrios

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN, S.J.
La narrativa en economía es un género literario poco teórico pero apto para notar aspectos específicos que no caben en modelos generales. La narrativa de este artículo reproduce situaciones narradas por un reportaje de la frontera alemana con Polonia y un estudio sobre unos barrios de Sao Paulo en Brasil. Ambos están fechados en este año 2005.

El fenómeno de emigración de las fronteras rurales de un país a ciudades en proceso de industrialización no es nada nuevo por las limitaciones de mercado inherentes a toda frontera real. Tampoco lo es la focalización de la emigración a ciudades de rápido crecimiento industrial. La tendencia de la humanidad a abandonar zonas rezagadas y de afluir a otras desarrolladas resume el núcleo teórico económico común a casi todos los países: ventajas y desventajas espaciales relativas. Las modalidades específicas pueden ser, sin embargo, bien diferentes y a la hora de evaluar las ventajas y desventajas de estas migraciones resultan útiles.

El objetivo de estas narrativas de lugares tan distantes de República Dominicana busca facilitarnos la comprensión de dinámicas comunes y, paradójicamente, de diferencias específicas. Comencemos por la emigración fronteriza de Alemania.

EL ABANDONO DE LA FRONTERA

Desde la caída del Muro de Berlín a finales de 1989 hasta el 2004 se estima en 3.2 millones de personas el número de personas que emigró de la antigua República Democrática a la República Federal de Alemania. Se estima que dos terceras partes de ellas fueron menores de 30 años deseosos de empleo y de superación. Curiosamente, signo de los tiempos actuales, el 58% eran mujeres de 18 a 25 años. Naturalmente hay un exceso de varones y una disminución de nacidos en la antigua Alemania.

En dirección opuesta emigraron al Este aproximadamente un 1.7 millones de personas. Sobre ellas no hay estadísticas confiables. Aparentemente la mayor parte eran personas mayores, que añoraban volver a sus orígenes (el Estado Alemán reconoció todos los derechos de propiedad demostrables que databan de antes de la segunda guerra mundial ofreciendo en cambio compensaciones a quienes las disfrutaron sin derecho legal), estudiantes, empleados públicos y miembros de las fuerzas armadas. La mayor parte de ellos probablemente no quería permanecer en el Este. La edad promedio de la antigua Alemania del Este subió apreciablemente.

Junto con este proceso se registró por otras causas un apreciabilísimo descenso del número de nacidos: de 198 202 en 1989 a 80 548 en 1993. Una caída del 60%. Todavía hoy los nacidos por mujer en edad fecunda son 1.2 frente a 1.4 en el resto de Alemania y muy por debajo del 2.1 requerido para mantener estable la población.

El potencial humano de producción de la frontera Este queda apreciablemente reducido.

Igualmente visibles son las pérdidas de parte de la infraestructura visible construida: escuelas vacías, casas abandonadas, acueductos y sistemas de distribución eléctrica y de transporte sobredimensionados. Incluso comarcas enteras en Turingia del Norte y Pomerania han quedado desérticas.

Si de este caso alemán pasamos al de nuestra frontera encontramos básicamente la misma situación: pérdida de habitantes en todas las provincias, mayor número de hombres que de mujeres, abandono de viviendas, falta de oferta de empleo. No podemos decir que la frontera es más pobre que antes pero sí que la distancia económica y social entre la Frontera y el resto del País, sobre todo Santo Domingo y Santiago es grande y que la mayor parte de la población, sobre todo jóvenes y mujeres, sacrifican en busca de mejores perspectivas de futuro hasta la tierra y la vivienda en las que nacieron.

Existen, sin embargo, dos particularidades del caso dominicano: en realidad las pérdidas por abandono de infraestructuras no parecen ser aún excesivas (a diferencia de Alemania no podemos hablar de una construcción masiva de infraestructuras económicas y culturales) y buena parte de las abandonadas son ocupadas por haitianos pobres que buscan en la frontera lo que los fronterizos dominicanos intentan en las ciudades y que plantean retos formidables a una política dominicana que no acaba de tomar en serio de modo constructivo la situación haitiana, tolera prácticas agrícolas de tumba y quema, tala de árboles y abigeato y abusos de maltrato y negación de derechos a seres humanos.

Hay que decir que la emigración de la frontera plantea problemas más serios a República Dominicana que a Alemania.

¿LA TRAMPA DE LOS BARRIOS?

Es muy probable que muchos emigrantes fronterizos emigran por necesidad y otros muchos por afán de superación. No sería con todo demasiado arriesgado afirmar que la mayoría dejan la frontera para buscar una nueva vida en los barrios. Al menos sabemos que esta es la situación común de los emigrantes por necesidad.

Hoy tenemos muchos conocimientos sobre la vida de los barrios y tal vez no tengamos que seguir el modelo de Oscar Lewis, inserción prolongada en una familia acogedora, para comprender sus características. Abundan excelentes análisis de la vida y evolución de los barrios. Antes de presentar uno de ellos, el de Diadema un antiguo barrio de emigrantes de Sao Paulo hoy ya municipio, estudiado por Paes Manso, Araujo Faria y Gal y publicado por Braudel Papers, conviene recordar que los barrios, como las emigraciones fronterizas ofrecen muchos elementos comunes propios de la necesidad de sobrevivir en un conglomerado social carente de estructuras acogedoras de una riada avasalladora de emigrantes rurales (o fronterizos) carentes de bienes y de normas válidas de convivencia. Si la búsqueda de una mejor localización es la clave económica para entender la emigración, para los barrios puede decirse la lucha violenta por sobrevivir sin reglas produce por su inhumanidad eventos trágicos que provocan dialécticamente instituciones de tolerancia y respeto y bienestar. Al menos esas es mi lectura de estudios de barrios por más de cincuenta (ningún número mágico; lo que importa es el largo plazo) años.

El flujo de inmigrantes en los primeros años de Diadema multiplicó su población a una tasa anual del 16% durante 30 años (de 1950 a 1980) tres veces mayor que la de Sao Paulo. Después de 1980 se notó la paulatina disminución de inmigrantes, probablemente agotadas las posibilidades de asentamiento, y efecto también de una reducción de la fecundidad, al 2.2% todavía más alta que la de la de metrópolis (1.8%).

Durante el inicio de ese período el relativamente idílico paisaje anterior -arboledas, fincas rústicas, casas de veraneo- cambió drásticamente con la construcción de casuchas de bloques, de madera, de techos de zinc, de cartones, de cajas de madera… que ocuparon los montes y faldas de cañadas que terminaban en el río, y que sin ningún título de propiedad eran objeto de especulación por hombres rudos rodeados de guardaespaldas en busca de control del terreno en competencia sangrienta con sus iguales. Al cabo de una década se apreciaba desde puntos más altos del paisaje, puentes o colinas, un bosque de viviendas apretadas con techos de zinc, sin escuelas, iglesias ni edificios públicos importantes, sin calles asfaltadas por las que pudiesen transitar carros de la policía, lodazales en tiempo de lluvias que había que cruzar zapatos en mano, con casi nulo alumbrado eléctrico y con una población que uno imaginaba asfixiada por el calor y la promiscuidad: gente que buscaba ganarse la vida con su trabajo, mujeres sin hombre que no sabían qué hacer para sobrevivir, gente ociosa por fuerza o por gusto, maleantes violentos y niños semidesnudos que correteaban y brincaban por entre las hileras de casuchas sin número que las identificase y sin nombres las calles. La vista encarnaba, así piensa uno, la anomía de Durkheim en el marco subcultural descrito por Jorge Cela en «La otra cara de la pobreza». Pero el barrio, todo barrio, cuenta con centros sociales, culturales, religiosos orientados a crear redes de valores. En todo barrio se encuentran familias tradicionales que mantienen la subcultura de origen y familias modernas convencidas de que por el trabajo y la educación se puede prosperar. La falta de control y de orientación de la conducta no son tan totales como le achacamos a Durkheim.

La especificidad de Diadema estaba en el grado aterrador de criminalidad. Los hampones locales, primero los que controlaban el terreno y el comercio, y los narcos más tarde. En los muros de Diadema los «justicieros», grupos de «orden» en convivencia y complicidad con la policía, escribían listas con los nombres de sus futuras ajusticiados, pequeños y grandes delincuentes y ocasionalmente gente inocente sorprendidos en lugar equivocado. La criminalidad en el Sao Paolo era, todavía en 1999, extrema: 11,455 asesinatos en ese año comparados con 667 en New York, 18 veces más.

Parte del problema de la violencia tiene que ver con la policía. De hecho las compañías de Policía (había una militar y otra civil) eran apropiadas para personas con ofensas previas y eran vistas como formas de castigo por irregularidades pasadas. El comandante tenía una compañía privada de guachimanes, gastaba poco tiempo para dedicarlo a sus tareas públicas y no ejercía control sobre sus hombres que ciertamente tenían que enfrentar a los violentos con peligro de sus vidas. Los patrulleros actuaban como jueces y ejecutores de sentencias de muerte dictadas por una información deficiente en un barrio en el que no vivían.

Los carros patrulleros eran malos y los equipos de comunicaciones pobres. Los «capos» contaban con guardaespaldas y con jovencitos que les avisaban los movimientos de la policía. En un poste de luz había una sirena que avisaba su llegada. La policía se perdía en calles y casas sin numeración que con frecuencia se convertían en peligrosos «culs de sac».

La violencia llegó a ser tan extrema que muchos pequeños comerciantes se convirtieron en rehenes de los bandoleros. Estos les obligaban a vender o a esconder bienes robados. Ellos mismos se convencieron que la única forma de salvar sus negocios eran los justicieros, policías o cualquiera que realmente estuviese dispuesto a matar. Muchos justicieros tenían un idéntico currículo vitae: habían sufrido traumas personales dolorosos: su mujer o sus hijas violadas, robada su casa o quemados sus negocios. Averiguaron los autores de esas fechorías y los mataron. Al enterarse los otros comerciantes pidieron al asesino ser como un sherif del oeste americano. Los justicieros comenzaron a pedir tributos hasta para pasearse por las calles y se fueron convirtiendo en señores de la vida y de la muerte. Uno de ellos confesó haber asesinado 100 personas.

La vida del barrio se hizo peligrosa y, como pasa en otras esferas, bastó un crimen más de violencia especialmente sangrienta para provocar una reacción social. Un camarógrafo amateur filmó a un grupo de policías en tres noches seguidas que en busca de narcotraficantes apaleaban indiscriminamente a jóvenes en la calle hasta matar a uno de ellos golpeado y humillado repetidamente. El camarógrafo indignado gritó que había visto la placa del carro. Fue asesinado por la policía de un balazo en la nuca pero el film llegó a El Globo, el periódico más importante de Brazil, que lo editó provocando una movilización social de repudio.

Este episodio catalizó y aunó el esfuerzo de algunos dirigentes políticos, dirigentes comunitarios y hasta oficiales de la policía para acabar la violencia. Con gran dificultad se organizó un Foro de Seguridad Pública en el ayuntamiento. Un mayor de la Policía, muy apreciado por la población, de 48 años y con tres hijos fue asesinado por quienes quería impedir que siguiesen asesinando. Su cadáver expuesto en la Sala Capitular conmovió a muchos oficiales que asistieron al sepelio. El mismo mal provocaba dialécticamente las fuerzas que llegarán a controlarlo.

Las medidas tomadas en el Foro fueron analizadas y consensuadas: gestión eficiente de la policía, autoridades municipales y grupos comunitarios se empeñaron en purgar la policía y dotarla de instrumentos de comunicación, creación de una línea telefónica «Discodenuncia» para llamadas anónimas, depósitos municipales para almacenar carros y objetos robados, Ley Seca que prohibía espendio de bebidas alcohólicas después de las 11 de la noche, numerar calles y casas para poder identificar con facilidad sitios sospechosos… La aprobación comunitaria de la Ley Seca necesitó un año de diálogo y discusiones porque casi todos los miembros del Foro tenían amigos o familiares dueños o trabajadores de los bares. Pero ya en noviembre del 2003 los asesinatos en Diadema habían caído a un mínimo histórico de 5 cuando en los ochenta eran 90.

La victoria sobre la violencia dio inicio a un proceso de civilización del barrio que envolvió sucesivamente las escuelas del sistema público pacientes crónicos de ausentismo de profesores y de estudiantes y de bajísima calidad de enseñanza, becas para acceso a universidades, inversiones municipales en escuelas, canchas deportivas, calles, alumbrado eléctrico y transporte público.

Diadema sigue siendo, por supuesto, más pobre que Sao Paulo pero el proceso de desarrollo integral ha comenzado gracias a la acción coordinadora del Municipio, de las organizaciones barriales y de la Policía.

Dos peculiaridades brasileñas matizan el proceso de humanización del barrio: en Brasil los municipios cuentan con fondos propios y el grado de violencia alcanzado parece ser mucho mayor que el de nuestros barrios. El factor de cambio, de inflexión en la curva de desarrollo no parece haber sido resultado de la educación y promoción, aunque sin éstas no es creíble que se pudiese haber logrado, sino de un hecho de extrema brutalidad que llegó a la conciencia ciudadana. Doloroso y pesado el camino de la frontera al barrio llevadero.

CONCLUSIÓN

Una hipótesis sobre el desarrollo de los barrios pobres sería centrarse en el detonante del paso de una situación de anarquía violenta a otra de institucionalización y optimismo económico: ¿se trata de un proceso dialéctico provocado por una violencia excesiva? ¿puede la promoción y educación formal e informal generar un cambio así?

En cualquier caso hay que considerar también variables demográficas (migración, fecundidad) y macroeconómicas ¿la economía del país crece, se estanca o está en recesión?

La narrativa en todo caso suministra el material necesario para una probable interpretación de desarrollo barrial; con supuestos axiomáticos no se llegará muy lejos.

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