Naturaleza, cultura y ciencia

Naturaleza, cultura y ciencia

Marc Fumaroli define el Estado cultural francés como la “religión moderna”, concepto que viene dado porque André Malraux intentó instaurar en la Francia gaullista, como Ministro de Cultura, una “ideología cultural”, para hacer de la cultura una religión, y así inyectarle a la misma una espiritualidad.

La palabra cultura es de raíz germana, cruzada con un anglicismo; viene del lexema germano Kultur, del siglo XVIII, un vocablo distante del de civilización. La relación entre cultura y naturaleza procede de Ernst Renan y se ha extendido a otros ámbitos de la vida social. Desde la Francia de Charles de Gaulle, la cultura se ha asumido como una “Religión de Estado”, distante de la visión humanista de los enciclopedistas franceses del siglo XVIII.

El poeta simbolista francés Paul Valery habló de una “política del espíritu”, con lo que pretendía revelar la necesidad de imprimirle al espíritu la pasión interesada que requiere la cultura. El espíritu dominicano necesita la aplicación de esa “política del espíritu” para hacer de nuestra República una Nación del Espíritu, que reivindique el ser dominicano y nos convierta en un “país cultural”. Ese impulso intelectual se requiere para despabilar las conciencias dormidas, desmitificar la memoria histórica y propugnar por lograr la dominicanidad del espíritu. O la espiritualización del ser nacional.

Marc Fumaroli define el Estado cultural francés como la “religión moderna”, concepto que viene dado porque André Malraux intentó instaurar en la Francia gaullista una “ideología cultural”.Cuando Kant moría, en su lecho de muerte, exclamó: “Aún no me ha abandonado el sentimiento de la humanidad”. Con esta frase -dice Erwin Panofky- nace el concepto de las humanidades.La cultura no es natural sino artificial. Todo lo que el hombre hace y crea es cultura, mas no arte. El origen de la palabra cultura proviene del latín culturam, que significa cultivo de la tierra. La civilización es una construcción del hombre sobre los hombros de la naturaleza. Todos los males del mundo social provienen del dominio que ha ejercido el ser humano sobre el mundo natural.

De ahí que quien hace cultura está apropiándose de la tierra, de la esencia natural del mundo. En consecuencia, quien crea ciencia funda una superestructura mental sobre la civilización. Fueron las mujeres quienes cultivaron la tierra antes que el hombre, pues cuando éste era nómada, recolector y cazador, eran ellas las que se quedaban en los hogares de manera sedentaria, sembrando flores y plantas.

De ahí surgió espontáneamente el arte de la agricultura, la jardinería y la floristería. Para los franceses, el sentido de la cultura apareció con la Ilustración, y fue concebida como civilización, como expresión de progreso. En tal virtud, para ellos ambos conceptos son una y la misma cosa. La segunda acepción proviene del Romanticismo alemán, de Kultur, usado para diferenciarla de otras culturas germánicas y teutónicas. En tanto que para los ingleses, la cultura era lo opuesto a la naturaleza humana como interpretación que dimanaba de la religión evangélica.

La ciencia es un conjunto de conocimientos organizados sistemáticamente por el hombre en su proceso como un acto de civilización, y producto de su estadio civilizatorio. El científico se libera de los fantasmas de la mitología y de las supersticiones.

El proceso del paso de la naturaleza a la cultura representa un salto cualitativo en el desarrollo de su mentalidad como ente de civilización. Los conocimientos alcanzados por el hombre son fruto de la aplicación de la tecnología, que modifica su vida natural y social.

Dicho progreso emerge del salvajismo, pasa por la barbarie y se concretiza en la civilización. Ciencia y civilización son entonces facetas de un mismo cuerpo humano. La civilización -lo sabemos- avanza con pasos firmes hacia una conciencia de un mundo global en crisis. No se globaliza la cultura: se globaliza la civilización.

La idea de la “crisis de civilización” se platea siempre que avanzan la ciencia y la tecnología, poniendo en cuestionamiento los cimientos que le dieron origen a la cultura humana. Tradición y modernidad establecen así una tensión dialéctica entre novedad y antigüedad. La puesta en crisis de los componentes originarios de la civilización se enfrenta a los progresos y conquistas del hombre con la aplicación de las técnicas y los métodos científicos.

Las conquistas científicas ofrecen una perspectiva muy especial del mundo que le permite articular un discurso, en su proceso de comprensión de la realidad. El desafío de las ciencias humanas reside en el carácter ilimitado de la realidad y lo limitado de la inteligencia humana. Ante la imposibilidad de interpretar la totalidad del mundo, el hombre se ve compelido a vencer los límites de las probabilidades.

Entre ciencia y civilización hay un punto en común. Todo avance en la ciencia representa un impacto en la civilización, en un proceso de hibridación y comprensión entre lo físico y lo social. Las culturas, como las artes, no progresan: progresan la ciencia y la civilización. En el arte hay avances y progresos en las técnicas artísticas, no así progreso estético. Hay pues cambios, transformaciones y revivals. En la ciencia, en cambio, hay progreso. En el arte no es posible medir el progreso; en la cultura tampoco. Hay pueblos más civilizados que otros, pero no más cultos. No hay culturas inferiores y superiores, sí diferentes. Hay culturas atávicas con niveles de violencia y ritos aberrantes frente a los avances de la civilización -que algunos antropólogos defienden en nombre de la preservación de las culturas ancestrales y primitivas.

Provenimos de estadios culturales prehistóricos, con niveles de canibalismo y violencia innatos, pero donde los individuos no tenían conciencia moral de sus actos. La naturaleza nos he dada, en tanto que la cultura es todo lo que el hombre hace para enseñorearse del entorno. En la misma medida en que el hombre progresa como ente cultural, su razón se expande y produce un salto cualitativo de lo natural a lo cultural, regida por la ley del cambio de lo primitivo a lo civilizado. Hay pues una continuidad progresiva en el desarrollo de la fuerza instintiva del hombre hacia las fuerzas racionales. En su proceso evolutivo, el hombre no está fijo: varía en su adecuación al medio natural y social. La vertiente cultural actúa como una propiedad biológica de la naturaleza, de suerte que la cultura deviene percepción de la naturaleza, prolongación de su esencia evolutiva.

La cultura es costumbre, ethos: involucra leyes de convivencia; es una institución creada por el hombre y, en efecto, obedece a su voluntad. Tiene reglas y valores fundados por los sujetos sociales, y creencias diversas. La naturaleza es permanente y estable; la cultura, impermanente e inestable. Lo natural es espontáneo, instintivo, irreflexivo. La naturaleza dicta normas a la cultura, que es el futuro de la naturaleza: su porvenir natural. Entre naturaleza y cultura hay una distinción dialéctica ostensible que se manifiesta en la evolución humana, en sus progresos técnicos y en su relación de dominio y convivencia, entre lo creado y lo dado. El naturalismo y el culturalismo, que se desprenden de esta distinción, postulan un determinismo, en el que el ser humano juega un papel protagónico, en el proceso de vinculación entre lo biológico y lo social.

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