Naturaleza de las actitudes

Naturaleza de las actitudes

KEDMAY T. KLINGER BALMASEDA
La actitud es una disposición relativamente estable de creencias, sentimientos y tendencias hacia algo o alguien. La misma se compone de tres principales elementos que con frecuencia son congruentes: las creencias evaluativas acerca del objeto, la cual incluye hechos, opiniones y nuestro conocimiento general del objeto; los sentimientos acerca del objeto, que abarcan el amor, el odio, el gusto, disgusto y sentimientos parecidos; y tendencias conductuales hacia el objeto, que reflejan nuestras inclinaciones a actuar de ciertas maneras hacia el objeto, aproximación-evitación.

Si esto lo adaptamos a la realidad que hoy en día está viviendo nuestro país, veremos, por ejemplo, que si nuestra actitud hacia un candidato político incluye también nuestras creencias acerca de sus capacidades y posiciones ante temas cruciales, entonces nuestras expectativas serán mayores en cuanto a cómo votará el candidato sobre esos temas; y si también tenemos sentimientos acerca del candidato (nos simpatiza o no) entonces, atinaremos a comportarnos de ciertas maneras hacia él: votar a favor o en contra, contribuir con tiempo o dinero a su campaña, asistir o evitar a sus mítines, etc.

Para entender más claramente qué son las actitudes, es preciso conocer, que muchas de nuestras acciones más básicas se derivan de la experiencia personal, directa, temprana. Los niños son recompensados con incentivos cuando complacen a sus padres y son castigados por medio de la desaprobación cuando los disgustan. Estas experiencias tempranas forjan en el niño las actitudes positivas y negativas duraderas hacia los objetos, o frente a situaciones que fue desarrollando en el transcurso de su vida.

Por esta razón, se puede definir que cuando tenemos sentimientos positivos hacia algo, solemos tener creencias positivas y actuar positivamente hacia ello; pero esto no significa que cada una de nuestras acciones refleja de manera precisa nuestras actitudes, y que las mismas no son predictores confiables de la conducta real. Por eso, se debe equiparar siempre las acciones con sus actitudes considerando los rasgos de personalidad de cada ser humano.

Entendiendo que las actitudes se pueden formar por imitación, notaremos que los niños suelen imitar la conducta de sus padres y compañeros, y así adquirir actitudes inclusive cuando nadie está tratando de influir en sus creencias, Pero, sin embargo, a esto hay que sumarle que los medios de comunicación populares, en particular la televisión, nos bombardean con sutiles pero claros mensajes, que provocan una definición estructurada o una modificación de nuestras actitudes.

En vista a que las mismas no predicen tan bien la conducta de unas personas como de otras, podemos ver que las personas capaces de poseer una auto-supervisión elevada son en especial propensas a hacer caso omiso de sus actitudes para comportarse según las expectativas de los demás, puesto que los que se auto-supervisan mucho, antes de hablar o actuar observan la situación en busca de indicios acerca de cómo deberían actuar para satisfacer esas «demandas». En cambio, las personas con auto-supervisión baja se expresan y actúan con mayor consistencia según sus actitudes, las cuales se desarrollarían a través de nuestras cualidades frente a los prejuicios y discriminación, tema del cual se abundará en la siguiente parte de este artículo.

klinger_psicología@yahoo.es

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