Es curioso, pero la náusea no solamente la produce el sucio ni el mal olor, sino también el contraste de lo limpio con lo sucio, el basural en medio del paisaje, cuando del manjar a punto de engullir emerge gusano y olor fétido.
Dios me ha dado toda oportunidad de disfrutar mi país. Pero ha habido momentos en que empecé también a temerle.
Estudiaba en Chile en 1965. Se había empezado aquí una revuelta para exigir el retorno a la constitucionalidad. El resto de América Latina y otros países del mundo nos apoyaron contra la invasión norteamericana: Volver a Balaguer me dio vergüenza y aprehensión respecto al criterio de mis conciudadanos. (Los dominicanos, debe destacarse, como individuos solemos ser como dicen los turistas: amables, expresivos, individualmente aseados, con mucho sentido de respeto y deber hacia el prójimo. Colectivamente, solemos ser distintos)
Un accidente por Villa Altagracia me produjo serio temor respecto a mis conciudadanos. Un domingo, en los años setenta, regresaba del Cibao con mi familia. Entonces había un solo carril de ida y uno de vuelta). La fila delante de mí se detuvo. Cinco minutos después ya había formado otra fila de vehículos sobre el paseo, a mi derecha. Era incorrecto, ilegal, pero relativamente aceptable, pues era un caso de emergencia. Quince minutos más tarde, los conductores que venían detrás empezaron a colocarse a mi izquierda, es decir, en el carril de vía contraria de la “autopista”. Los que venían en vía contraria tendrían que pasar por el paseo izquierdo. En ese momento miré a mi alrededor y me di cuenta de que se trataba de gentes de clase media que regresaban ese domingo en sus automóviles privados. Ahí sentí serio temor, porque no me podía imaginar que esos compatriotas no pudiesen entender que los que venían en vía contraria, que eran tantos como los que íbamos, no tendrían por donde pasar. No obstante, tan solo unos minutos después había una cuarta fila sobre el paseo de mi izquierda, imposibilitando toda posibilidad de circulación.
Obviamente, los que venían desde la Capital habían hecho exactamente lo mismo: Habían tomado los carriles y los paseos y llenado la autopista. El lío tomó largas horas para desenredarse. Era la flor y nata de nuestra clase media, la que ya tenía automóviles y había ido a la escuela.
Esa sensación de profundo temor a la gente de mi país la he vuelto a sentir recientemente: Con el espectáculo de un diputado, exmaestro de escuela, que declara un patrimonio de tres mil millones, y nadie explica ni averigua; el escape anunciado de “El Abusador”; el video del río Lebrón, de Los Alcarrizos, cual inmenso ferrocarril de asquerosidades; y tantos desmanes e inconductas de los responsables de la ley y el orden.
Temor profundo; especie de náusea respecto al país amado. Abandonados en espacio y tiempo infinitos, en un universo material y social sin alma, en medio de un devenir indetenible desde la barbarie al desastre. ¿De dónde vendrá esta vez el socorro? Quisqueyanos valientes… ¡Mucho cuidado!