Navegaciones entre recuerdos

Navegaciones entre recuerdos

Es que todo tiene dos caras, una es buena o es mala. O a la vez es buena y mala –lo cual es lo más común– porque los humanos no encontramos absolutamente bueno ni a Dios, ya que cuando algo nos afecta negativamente nos parece un ente, además de incomprensible, injusto y cruel como ningún buen padre lo sería con un hijo. Especialmente uno creado a  “su imagen y semejanza”, que consideró “bueno”.

Narraba Dionisio Frías (Dioni), el negro largo y flaco que había llevado cargado y sangrante a mi padre al bohío familiar de San Miguel cuando era un niño que había dejado dedos entre los engranajes de una prensa, narraba el tipógrafo lagartuno –repito– que lo que sucede con Dios es que no tolera desobediencias. “Por ejemplo, le ha dicho muchas veces a Pedro que no lo molesten cuando se pone sus chancletas y se sienta en la mecedora después de comida… también que no le vengan con malas noticias cuando se va a dormir… y Pedro, que es olvidadizo… le viene diciendo que un muchachito se cayó en un pozo y hay que hacer rápidamente un milagro… entonces se encabrita, dice tres malapalabras (siempre son tres) y vuelve a dormirse, ¿es que tiene que trabajar siempre? ¿No nos hizo iguales a él y necesita descansar? Además, Él puede hacer milagros en cualquier momento… ¿Cuál es la prisa? 

 Dejando atrás las simpáticas teorías de Dioni y de otros obreros de la imprenta paterna, entre ellos “Papo Cara’e Piedra” que afirmaba que Dios prefería dormirse en su hamaca y no en la cama, como si se tratara de un íntimo conocido suyo, voy a referir una de las muchas pruebas que tengo de la intervención misteriosa del Creador en cuanto nos sucede.

Antes de contraer matrimonio conmigo, mi esposa, Miriam Ariza, vino al país  dispuesta a divorciarse de un poeta e intelectual español muy valioso, pero con quien no existía afinidad. Luego se casó conmigo. Los cuatro hijos con los cuales llegó (una de escasos meses) estaban con nosotros, algunos de mejor grado que otros. Dos de ellos fueron reclamados por su padre, que entre extensas labores magisteriales y compromisos artísticos tenía el tiempo muy comprometido.

Nosotros vivíamos en la avenida México, cerca de APEC  y habían sido inútiles las ofertas de Miriam para que su hijo viniese a vivir con nosotros, teniendo una excelente universidad a distancia de a pie. Él lo pensó un poco y decidió no abandonar Madrid y sus sueños de lograr ser un famoso futbolista del Real Madrid.

   Algún tiempo después enfermó allá de hepatitis B. El tratamiento hubiese sido incosteable para nosotros por el precio del Interferón con que había que tratarlo largamente.

En España no costaba nada el tratamiento. Estaba cubierto en su totalidad por un magnífico sistema de Seguridad Social. Estábamos equivocados al creer que lo mejor para el muchacho hubiese sido radicarse aquí.

Si hubiese regresado, habría muerto. Dios no había sido indiferente, apático o injusto.

Sabía lo que venía.

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