Cierta vez dijo Balaguer que el problema de este país era el paganismo. Otras personas han culpado la ignorancia y el analfabetismo, al imperialismo yanqui, al comunismo ateo y disociador, auspiciador de la lucha de clases, al populismo de izquierda o de derecha; más recientemente el Papa ha acusado al capitalismo salvaje y, hoy por hoy, se culpa a la corrupción administrativa, la de los gobernantes y la de los partidos en el poder, que por cierto son varios, y la complicidad de los políticos abarca hasta a los de la supuesta oposición.
Pero siendo Navidad, una fiesta fundamentalmente de perdón y conciliación, los buenos deseos deben estar por encima de todo. Nadie debe olvidarse de que el cristianismo que llegó a la cima con Constantino, el primer emperador romano que se declaró seguidor de Jesucristo, inició la transformación del calendario de fiestas paganas, y dedicar las festividades a santos y acontecimientos de la nueva religión del imperio: el cristianismo, la que ya había calado en las masas pobres, y prometía ser eficaz adormecedora de los pobres aún más que el circo y los degenerados carnavales y bacanales dedicados a sus perversos dioses. Lamentablemente, la intención real o declarada de la iglesia y de las élites gobernantes de cristianizar al pueblo, tuvo desde siempre sus inconvenientes, y las celebraciones cristianas, oficiales y privadas, estuvieron muy contaminadas de los espíritus corrompidos y corruptores de la mitología latina.
Y no tardó el dios mercurio, el cual siempre se caracterizó por su presteza y su eficacia, en tomar el control de gran parte de la fiesta, inventando todo tipo de triquiñuelas publicitarias y mercadotécnicas, para sacar la mayor tajada de las festividades de fin de año.
Y si para ello era preciso olvidarse del Santo Cristo al que se dedicaban oficialmente los multitudinarios rituales y jolgorios, se fueron importando nuevos ídolos, héroes y personajes de procedencias tan diversas como el polo norte, los países nórdicos y otras latitudes.
A los cuales la forzada creatividad de los depauperados les ha agregado la Vieja Belén, y quién sabe si algún angelito negro que debajo de la cama les deje un dulce de melao de caña a los niños de los bateyes aplazados por la globalización.
Y por si fuera poco, el comercio y la diplomacia de la época navideña han preferido quitarle toda referencia y connotación cristiana a la celebración, y se saluda y se felicita a los no creyentes deseándoles “Felices Fiesta”. Total, al comercio, al capitalismo y al consumismo paganos les da lo mismo; lo crucial es el consumismo que se traga las posibilidades de mejoría sustancial y real de muchos pobres.
Quedan, afortunadamente, hombres y mujeres que saben que la Navidad es Cristo, que la celebración es de la Salvación que él nos trajo, precisamente, para librarnos de las trampas de este neo-paganismo.
Porque la Navidad es compartir alimentos y abrazos, entre hermanos y vecinos; con ancianos, enfermos y desposeídos; con pobres y necesitados; y con los faltos de de amor y de ayuda.