Según los “especialistas” de la Navidad, para celebrarla bien se necesita nieve, cubrir la fachada de la casa de foquitos y empeñar el año próximo en varias tiendas. La Palabra de Dios en este Domingo segundo de Adviento, nos pone a caminar otros caminos.
Navidad conmemora la llegada de Jesús, un líder que le hizo justicia a los pobres y desamparados, derrotando la violencia de los soberbios. El pasaje de Isaías 11, 1 -10 trae una esperanza para las naciones enfrentadas.
Siempre, pero sobre todo en Navidad, se puede trabajar por la reconciliación. Los cristianos creemos que la paz es posible.
Pero la paz que nos trajo Jesús no esconde la miseria. El Salmo 71 nos instruye: el Mesías: “librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre, y salvará la vida de los indigentes”.
Puede leer: Como en pleno día y con dignidad
Para muchos, Navidad es más de lo mismo. Este domingo, la Iglesia nos enseña que para celebrar la Navidad hemos de cambiar movidos por la fuerza del Señor. Con el texto de Mateo 3,1-12, la Iglesia nos exhorta con Juan el Bautista: “conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos”. La verdadera Navidad no necesita envolverse en papel de regalos. Hay árboles que lucen hojas bellas, pero no producen frutos de justicia. ¡Esos serán cortados! Navidad no es asunto de fachadas pintadas, sino de un corazón renovado por la justicia, don del Espíritu.
Cambiemos para celebrar la Navidad. Trabajemos por reunir a la familia y amistar a los desavenidos.
Examinemos nuestra justicia, especialmente hacia tantos pobres, limosneros de candidatos, que necesitan educación y trabajo para ser protagonistas de sus propias vidas.
Preparémonos a celebrar el nacimiento de Aquél, de quien se dijo: “la justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas”.